Esta historia narra el día de la apertura de la veda general
de caza menor en un pequeño coto social de la provincia de Cuenca pero todo
comienza mucho antes. Una buena jornada de caza lleva tras de sí muchos días de
preparación, entrenamiento y una adecuada planificación. Con este relato
pretendo demostrar la importancia de todo el trabajo que hay antes de pensar en
encararse una escopeta.
Durante todo el año entre los cazadores del coto nos
repartimos las tareas de gestión, desde rellenar comederos y bebederos hasta el
control de alimañas. La caza no es competición, es trabajo en equipo,
cooperación y solidaridad, el día que esto cambie seremos culpables de nuestra
propia extinción.
El viernes por la tarde, después de cumplir con nuestras
obligaciones, mi padre y yo salimos de Madrid en dirección a Cuenca. Fue un día
de mucha niebla por lo que el trayecto nos llevó más tiempo del planeado.
Llegamos a Cuenca con el día ya oscurecido y con los nervios propios de los
días previos a la apertura. Nada más llegar a casa nos ponemos a preparar la
ropa con la que saldríamos a cazar la madrugada del domingo siguiente. El día
se preveía frio y lluvioso por lo que optamos por unas camisetas térmicas, un
buen polar y un chubasquero puesto que andando a buen ritmo no existe el frío.
Preparando munición y papeleo nos dieron las doce y pico de la noche. Había que
descansar porque el sábado debíamos madrugar también.
El sábado amaneció un día desapacible, con una niebla densa
y un aire frío que cortaba la piel. Sin pasársenos por la cabeza siquiera,
cogimos el coche y nos fuimos al coto. Un café caliente de buena mañana en el
bar del pueblo y a cargar leña para calentarnos esa noche. Volvimos a tiempo
para la comida que organiza el coto el día antes de la apertura para que las
cuadrillas se organicen y no se acumule mucha gente en determinadas zonas y
otras se dejen sin cazar. Entre plato y plato de migas las anécdotas recordando
tiempos pasados se suceden. Se tocan todos los palos, desde el descenso en
densidad de poblaciones hasta qué munición usar. Una vez todos organizados y
habiéndose aclarado los cazaderos correspondientes a cada cuadrilla, cada uno
vuelve a su casa. Aquella tarde se produjo un hervidero de coches en el campo
más propio de la Gran Vía madrileña que de los caminos embarrados de un pequeño
coto perdido en La Mancha. Todos los cazadores salimos a controlar nuestra zona
por si, con mucha suerte, nos topásemos con el ansiado bando de perdices que
nos andaban quitando el sueño desde hacía meses.
Habiendo dormido escasas horas a consecuencia de los nervios
amanece el domingo. Un café con la cuadrilla y al campo. Llegamos con nuestro
coche a una zona situada a unos 150 metros de donde cazaríamos. Aparcamos el
coche y sacamos a los perros; un pointer, dos podencos y un grifón azul
componían nuestra “pequeña rehala” con la que nos habíamos propuesto disfrutar
de una jornada de campo. En nuestra “armada” teníamos dos superpuestas, una
paralela y una repetidora. Con todo listo solo faltaba que amaneciese para
tener mejor visibilidad y empezar a cazar. Casi sin verse aún, el sabueso coge
un rastro y levanta una piara de más de 15 gorrinos que nos pasan a escasos
metros. Hoy no era su día asique disfrutamos de la carrera. Cuando por fin
salió el sol empezamos a andar, cosa de agradecer porque con el rocío de la
mañana y la temperatura teníamos todos los pies congelados. Nuestra primera
parada fueron unas bocas de conejos en las que la actividad era evidente,
escarbados y heces se veían en cada rincón. Se trataba de una zona muy
enfoscada de romeros y sielvas por lo que el tiro no sería nada fácil. Los
perros no tardan en levantar el primer conejo que se decidió a entrar por la
boca que nos tocaba cubrir. Se levantó muy cerca del perro por lo que no efectuamos
el lance y rápidamente se escondió en los romeros, poco después lo teníamos a
dos metros entrando en la boca, esta vez ni nos encaramos la escopeta por ser
un tiro tan cercano que echaría a perder la pieza. Después de ese conejo los
perros consiguieron levantar otro que, siguiendo la misma estrategia, se embocó
sin opción de tiro. En vistas de no levantar ningún conejo más decidimos
proseguir nuestra marcha puesto que las nubes empezaban a hacer acto de
presencia y no queríamos dejar sin cazar varios puntos calientes.
Al haber sido una
semana fría y lluviosa decidimos ni acercarnos a los bebederos puesto que los
animales no estarían por la labor de beber agua. Tomamos camino a un comedero
que pintaba muy bien, las cámaras de fototrampeo que coloca el guardia habían
captado un bando de perdices durante esa semana comiendo a las 9 de la mañana
aproximadamente por lo que había altas posibilidades de toparnos con ellas.
Como si de un ojeo se tratase, mi padre y yo nos dirigimos con el pointer a lo
alto del cerro donde estaba situado el comedero mientras los compañeros
aguardaban abajo para efectuar un lance a las perdices que les volásemos por
encima. Ya en mitad de la ladera el perro empezó a tocar algún rastro, la
suerte parecía estar de nuestro lado. A escasos metros del comedero el perro se
clavó en seco. Dudábamos mucho que una perdiz salvaje estuviese aguantando la
muestra del perro por lo que pensamos que se trataría de una codorniz. EL perro
por fin rompe la muestra y…nada, falsa alarma, fuese lo que fuese se había
reído de nosotros. Llegamos al comedero y oímos un disparo en la parte baja de
la ladera y nos apresuramos a asomarnos cuando de detrás nuestro se arranca una
perdiz, mi padre se gira a toda velocidad con la mala suerte de resbalar. Gracias
al seguro de la escopeta no pasó nada pero la perdiz se marchó. Nos habíamos
apresurado y no habíamos dejado al perro cazar bien, de haber ido más despacio
la perdiz se nos hubiese levantado de las mismísimas narices. Después de las
lamentaciones pertinentes, bajamos la ladera para ver si el compañero había
tenido suerte en su disparo y cuando llegamos vemos que está sujetando un zorro
enorme, nos cuenta que lo habíamos espantado nosotros de lo alto del cerro y
que con un certero disparo lo dejó seco en mitad de un barbecho. Seguramente se
hubiese acercado allí para cazar algún ratoncillo que acudiese al comedero. Era
un zorro de unos 7 kilos con una dentadura muy maja por lo que lo dejamos
colgado en un pino para recogerlo al volver, el compañero quería llevárselo
para disecar por ser su primera pieza en el coto.
El resto de la mañana trascurrió con un sol de justicia,
impropio de un día de noviembre, y que nos obligó a volver al coche en
repetidas ocasiones para dar de beber a los perros y tomar un descanso nosotros
también. Apurando las últimas horas de caza, nos dirigimos a recoger el zorro,
riéndonos de la anécdota de la perdiz y ya planeando la salida de la semana que
viene. Habíamos dejado el zorro en un valle por lo que para llegar a él debíamos
descender una ladera. Lo que sucedió nos dejó a todos atónitos, esperando en lo
alto a que el compañero recogiese el zorro, oímos que el compañero nos llama,
nos apresuramos a bajar pensando que se había caído o algo por el estilo.
Cuando llegamos donde estaba él vimos que el zorro ya no estaba en lo alto del
pino, estaba tirado en el suelo y una liebre le estaba plantando cara. Nos
acercamos despacio para verlo mejor, en ningún momento nos planteamos disparar
a la liebre, y cuando estábamos a escasos dos metros de ella, el compañero se
arrojó y la agarró de una pata, le hicimos una foto con ella y la soltamos otra
vez. Aquella jornada permanecerá en nuestra memoria por muchos años, sin duda.
Fue uno de los días de caza más extraños que he vivido y seguramente poca gente
podrá afirmar haber vivido algo similar.
Llegó la hora de enfundar escopetas y volver al pueblo. Era
el momento de una de mis partes favoritas del día de caza, compartir
experiencias con los otros cazadores en la mesa del bar, aquel día se abatieron
dos perdices una liebre, dos palomas torcaces, dos conejos y dos zorros entre
las 6 cuadrillas que somos en el coto. Para algunos será un resultado
desastroso, para otros un día espléndido, para mí son un montón de historias
que disfrutar y compartir con amigos al calor de una buena hoguera.
Autor Jesús Palacio de @caza_spain_
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