Siétate aquí agusto


Era el 15 de agosto de hace ya unos cuantos años ya. Tendría yo unos 13 o 14 años.

Era el primer día de media veda, y cómo no, era una cita obligada para nosotros.

La cuadrilla de siempre (Mis tíos Diego, Ángel, José, mi padre y yo) pusimos rumbo al campo mucho antes de que amaneciera. Estos días había que estar colocado ya en el puesto antes de que las primeras luces despertaran a las palomas y tórtolas y comenzaran su rutina.

Una vez llegamos a aquel pinar cerca del “Puente de la Sierra” y dejamos el coche en un sitio que no estorbara mucho, con las linternas nos fuimos guiando hasta quedarnos cada uno en un puesto.

En esta ocasión mi tío Ángel se quedó con mi tío Diego en la parte más baja. En la parte intermedia nos quedamos mi padre y yo, y José subió unos cuantos de metros más.

Serían las 6 de la mañana y ya estábamos todos colocados en los puestos.

Mi padre me preguntó la hora.

  • ¿Que hora es?
  • Las 6 (?)
  • Puff, todavía queda más de una hora para que empiecen a pasar. Ven, échate aquí agustico hasta que se vea y empiecen a pasar las tórtolas.
     
    Hay que aclarar, que el término “agustico” para mi padre era muy amplio. Con tener el culo sentado y la cabeza apoyada, cualquier lugar podría asemejarse a una cama.
     
    Allí estábamos los dos, acostados en la tierra, entre las agujas de los pinos secas. Mi cabeza apoyada sobre la mochila. Mi padre la echó sobre su chaleco doblado y se puso la gorra en la cara.
     
    A decir verdad se estaba cómodo. Corría un aire fresquito, y me puse a mirar el cielo y el montón de estrellas que se veían. Incluso alguna estrella fugaz se veía recorrer el firmamento. Los grillos cantaban incesantes, la lechuza dejaba entonar su lastimero canto... y de pronto ronquidos. Mi padre había hecho buena esa cama improvisada y cayó rendido al sueño.
    - ¿Lo llamo o no? Bueno... dejaré dormir hasta que amanezca y empiecen a moverse las palomas y las tórtolas.
     
    Cuando empezó a amanecer y el cielo pasó del azul oscuro a tonos naranjas, decidí llamarlo y avisarle de que era de día ya.

  • Papá que ya ha amanecido.
  • Si, si, ahora. “Madre mía que sueño me ha dao....”
     
    … Y siguió durmiendo.
    Yo me levanté ya del suelo y me senté en una piedra dando la espaldas a donde estábamos tumbados. Veía parte del pinar y un olivar debajo al fondo de la ladera.
    Un ruido extraño en uno de los pinos me hace fijarme en él. Y tras el alboroto, veo bajar de él dos ginetas. No se si jugando, peleándose o en pleno cortejo nupcial. Saqué mi móvil y conseguí grabarlas durante unos 4 o 5 segundos, hasta que las perdí de vista cuando se metieron en lo más profundo del bosquete de pinos. Lástima que los móviles de aquella época tuvieran tan mala resolución de vídeo. Y lástima que ya no lo conservo. Quizás buscando en viejos móviles, intentando encontrar su cargador y rezando para que se encienda podré recuperar aquel corto pero bonito vídeo. Fué emocionante la verdad. ¡Nunca había visto una gineta y mira que suerte el verlas allí y tan cerca!
     
    El sol ya estaba en lo alto. Las palomas no cesaban de pasar y el resto de cazadores de disparar. Desde aquella piedra se veía bien donde estaban colocados más abajo mis tíos Diego y Ángel. Y veía a mi tío disparar (que no abatir) en numerosas ocasiones a los pequeños bandos de torcaces que por allí pasaban.
    Bueno por allí, y por encima nuestra. A escasos metros de donde estábamos mi padre y yo no cesaba tampoco el “chorreo” de palomas.
    ¡Pues ni rodeado de disparos se despertó!
    A mi me daba la tentación de coger el arma y probar suerte yo... Pero siempre he sido tan legal, que el hacer algo “no permitido y a propósito” me iba a provocar luego seguramente remordimiento y pensé que mejor sería no coger la escopeta, por lo que pudiera pasar. Eso no era como coger prestado un paraguas. Eso era un arma de fuego .
     
    A eso de las 10 de la mañana, a la hora del taco, como nosotros teníamos la mochila allí fue a reunirse la cuadrilla.
    Desde donde yo me encontraba vi bajar a José con 4 torcaces colgadas de la canana. No se le había dado mal.
    Mi tío Diego subía con una torcaz y una zurita.
    Y mi padre unas 3 horas de sueño profundo fue lo único que cazó.
    Cuando llegaron mis tíos allí contemplaron la escena. Yo allí en la piedra observando todo como un mochuelo en su olivo, y mi padre a mis espaldas con sus ronquidos. Juraría que hasta la babilla se le caía.
     
    Con el jaleo ya de todos hablando allí se despertó el “bello durmiente”:
     

  • ¿Qué? ¿Has visto algo? ¿Has tirado? - Preguntó con ironía uno de mis tíos.
  • Si ¿no ves? - contestó mi padre y se echó a reir mirándome.
     
    Eso si, el sueño se ve que le dió hambre, No le hizo ascos a un trozo de salchichón y a un trago de vino.
     
    Sin duda un día atípico pero divertido de caza sin cazar.

 
Autor: Manuel Ruiz Beltrán @PasionCampera






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