Relato: Raúl
Blázquez. @BlazquezV8
"No es
una noche cualquiera, mañana voy de caza con mi padre".
Sólo con
estas palabras ya muchos nos hacemos a la idea de lo que era para nosotros la
noche anterior a salir de caza con nuestro padre, la misma que a día de hoy
sentimos y que como muchas veces se comenta:
"El día
que no tenga esos nervios la noche antes, cuelgo la escopeta". Pero esta noche de la que hablo era especial.
Iba a salir con mi padre a cazar sí, pero yo también llevaría mi propia
escopeta por vez primera.
Y como no
podía ser de otra forma mi estreno era en una mañana de ojeo de perdices en
puesto fijo. Nervios a flor de piel, pero tranquilidad, mi estreno sería de una
forma segura, aunque por aquel entonces yo no recuerdo tener miedo a nada y mi
manejo de las armas era, cuanto menos, preciso.
Las 7:00 de
la mañana y ponemos rumbo hasta el que era nuestro coto de caza en la localidad
toledana de Cabañas de Yepes. Una hora y poco más me separan de pasar el día
más importante (hasta esa fecha) de mi vida.
Llegamos al
desayuno, estoy como un flan, los cazadores y amigos me saludan como a uno más,
sonriendo y bromeando sobre mí, con sus
típicos "chascarrillos de caza", porque mi padre, esta vez, llevaría
a su "zagal" de compañero de puesto y no de morralero como era
costumbre.
Llega el
momento, sorteo de puestos y a coger los coches para aproximarnos a la zona de
caza. Me temblaban las piernas, el día era espléndido, sol y fresquito y aunque
yo frio no tenía, me tiritaban los labios que no podía frenarlos. ¡Nervios en
estado puro!
Ya puestos,
breves indicaciones de mi padre, que con cierta chulería extremeña de la que
siempre hizo gala, me explica el procedimiento del ojeo, recordatorios de todo
lo preguntado por mí la noche anterior y en el trayecto de la mañana mientras
veníamos hacia el pueblo.
Se empiezan
a escuchar a los ojeadores y no tardan en sucederse los lances, yo a la derecha
de mi padre encaro la escopeta sin que tenga demasiadas oportunidades de
disparo. Los nervios están apoderados de mi totalmente, hasta que puedo abatir
la primera perdiz. Puff!! Que sensación de tranquilidad!
Mi padre me
anima a seguir y, aunque no dándome demasiadas oportunidades, yo continuo
"quemando" cartuchos y haciendo correcciones sobre la marcha y claro,
porque no decirlo, realizando lances vacios. Vacíos porque una vez frenada la
perdiz por mi padre, yo la remataba ¡jejeje!
Esto me tenía algo frustrado, pero "joe", que gran tirador,
cazador y mejor persona era mi padre ................
En alguno de
los lances mi cara había sentido lo que es
desencarar la escopeta en el
segundo tiro y mi hombro también sufrió algún que otro zapatazo por no
apretarme la escopeta como mil veces me recordé a mí mismo.
Terminado el
ojeo, cobro de piezas y a recoger todos los "achiperres" como decía
mi maestro. Un buen almuerzo nos aguardaba y una sorpresa más.
Al terminar
tan copioso almuerzo y yo con el subidón
aún por lo acontecido, la voz ronca del presidente del coto pronuncia
unas palabras mágicas: "Venga, los que tengan ganas, ¡Vamos a dar un
gancho!"
Se me
iluminó la cara, mi padre me miró y dijo: "Vamos, que vas a hacer el día
completo". Ya lo creo si era
completo, esta era mi oportunidad de demostrar lo que valía ¡jajaja! Una sola escopeta y mi padre conmigo de morralero
(Creo que nunca había hecho un examen en el que el profesor estuviera detrás de
mí todo el tiempo).
Caza en mano
y a andar despacito para hacer una especie de rebusca, yo cerrando a la derecha
de la mano y por mi izquierda el socio más mayor del coto, un
"ancianito" más salao que las pesetas, amigo de todos. Después de un
rato andando salta delante de mí una brava perdiz toledana con un gran
estruendo al batir de sus alas, sobresaltado y subiendo mi escopeta, pega un
taponazo el compañero de al lado seguido de una polvareda e inmediatamente y a
penas sin correr la mano tiro de gatillo para abatir la que sería, y esta vez
de verdad, mi primera perdiz. La emoción era inmensa, continúo con paso firme a
cobrarla y mi padre muy orgulloso me felicita moderadamente. A su vez se acerca
el compañero de al lado y yo con mi perdiz en la mano me dice: "Uf… menos
mal, pensé que se me escapaba". Yo,
con mirada incrédula, no logro soltar una palabra, solo sonreí, miré a mi padre
y como este me negaba con la cabeza, con los ojos cerrados y con media sonrisa.
Comprendí con solo esa mirada, que no
tenía que discutir aquella pieza que de sobra sabía que la había echado yo al
suelo.
Sin duda fue
una humilde lección la que recibí, pero de verdad que yo estaba muy indignado y
mi padre no borraba su sonrisa. Jejeje.
Llegamos a
la junta y mi padre comentaba el barrenazo que había pegado el compañero y como
yo le había dado caza a esa perdiz.
Pasado un
rato, mi padre se acercó al plantel de perdices que teníamos en el suelo, arrancó
una pluma de una de ellas y me dijo: " Toma, esta es la pluma de la perdiz
que mataste allí abajo"
Y así
terminó el que fuera mi primer día de caza, por llamarlo de alguna manera, en
solitario.
Raúl
Blázquez, a la memoria de mi padre D. Gapar Blázquez
Soberbio Raúl. Para ser el primero ya has puesto el nivel por las nubes.
ResponderEliminarCrack!