A mi hijo, el único que conoce el lugar,
El sabe el sitio exacto donde debo descansar.
El Despertar de un nuevo día.
En calma, entre dos luces espero el instante perfecto para
moverme entre las sombras, para ver sin ser visto. Saboreando la apacible
quietud reinante que me hace sentir vivo otra vez, como cada vez que acudo a
este monte.
Desde mi atalaya casi puedo tocar la impalpable serenidad
que Hondamente se respira en la inmensidad de la serrana noche. En penumbra,
oteando la verdosa negrura espesa de las siembras intento descubrir un ser con
el que tengo una cuenta pendiente.
Más no arde el rencor en mi pecho sino el anhelo de cumplir
una promesa y de cerrar el círculo de la vida. Una vez más desde donde me
puedan verme “los míos” a través de la bruma y los siglos.
Como Cazador vengo a cobrar mi tributo a tierra. Amparado en
el derecho que me asiste desde que el hombre conoce el mundo. Desde que mis
antepasados comenzaron su andadura sobre dos piernas y cazaron para comer.
Siento como me observan, están aquí conmigo. Han descendido
de sus altos y milenarios cotos para ayudarme en mi delicada empresa. Velando
mi cacería con su intangible sabiduría atesorada durante siglos.
Urdieron la historia con sangre, sudor y lágrimas, ocultos
entre las sombras de los árboles. Sé que me ayudarán en el difícil trance que
estoy a punto de emprender. Los siento sin escucharlos y los escucho sin
oírlos.
A través del recuerdo y del espíritu de mi padre muerto del que
percibo su presencia en la caricia del viento sobre mi rostro. Querido u odiado
por quienes le admiraron o despreciaron por abandonar el rebaño y nadar
contracorriente.
Llevo sus armas y ropas, la enorme y pesada chaqueta, un
carcaj de piel de cabra y gamo. Cargado de pesadas flechas de madera con puntas
de sílex que el mismo talló. Su gran arco mongol de tejo, cuerno y tendones
apoyado en el hombro espera.
Mientras observo, acariciando una vez más su tentadora idea
de matar para hacer carne. También lo hizo él, sus manos lo extrajeron de un
gran tronco que entre los dos bajamos del monte. Tallándolo y trabajándolo
durante meses con delicadeza para convertirlo en una temible arma de caza.
Su raído sombrero curtido en mil batallas me cubre cabeza y rostro ocultando su
heredada y azulada fiereza en mis ojos. Sus enormes botas y un cuchillo que el
mismo hizo para mi cuando comencé a cazar grandes animales.
Levanto el brazo lentamente para beber un trago de “agua de
fuego” en su honor antes de emprender la bajada. Me ha parecido ver un corzo
entre las espigas.
Mi perro sabueso y mestizo igual que yo, camina silenciosa y
pausadamente a mi lado, pegado a mi pierna. Aspirando el fresco aire que ha de
llevarle el acre olor del cérvido y ayudándole a descubrir su presa.
Poco a poco sin hacer ruido nos vamos deslizando por la
falda del cerro hasta llegar a la primera línea de matorral nos oculta de
nuestra presa. Justo es que el monte oculte a sus hijos, que los proteja de los
peligros. Y al mismo tiempo oculte a los cazadores de su vista para que puedan
cumplir con su ley.
Maese Lorenzo.
El Sol comienza a asomar por el cerro de enfrente dorando
secamente con sus rayos las húmedas
espigas de cebada. Momento mágico el del Alba, los montunos de la noche ya se
ocultan en las sombras. Mientras yo lo hago tras la espesa verdura que
furtivamente me resguarda y acoge.
Lo siento antes de verlo, noto su presencia en mi interior
antes de escucharlo mascar tras las matas. Es el macho que busco, tan sabio y
viejo que no va a permitirme el más mínimo error. Es precioso, un manto rojizo
cubre su lomo.
Un abigarrado manojo de perlas hace lo mismo con su gruesa y
oscura cuerna. Su cuello sube y baja para comer sin dejar de prestar atención
tratando de evitar que le den un buen susto. Sus grandes orejas captan con
atención cada sonido que la brisa les haga llegar y parece que solo han
escuchado el silencio.
El silencio, ese silencio lúgubre y denso con el que se
cubre el campo para anunciar que se avecina una tragedia, mi presa no ha sido
menos.
Todos sus seres se tensan y permanecen atentos esperando que
el vivo trajín vuelva a reflejar la
mundana tranquilidad. La señal de que no hay peligro. La ausencia de predadores
se tornará en bullicio en cuanto el campo se cerciore, celebrando la paz
transitoria.
Quieto estoy, no osaré ni respirar, ni mirarle directamente
para que no me descubra al sentirse observado. Igual que le intuyo yo a él
podría intuirme a mí y descubrir a su mayor enemigo . Mis ajados ropajes y mi
rostro pintado impiden que pueda verme.
Reconocerme como amenaza cuando fija la vista en mí.
La sangre se me ha helado por un momento en las venas.
Siento sobre mi pierna derecha el roce del cuerpo de mi perro que se ha quedado
clavado también.Sentimos lo mismo, la insondable distancia que separa nuestras
razas y entendimiento se vuelve un milímetro cuando cazamos juntos.
<…–Lobo-hombre y perro-lobo son la partida de caza más
perfecta.- Decía mi padre.- Los sentidos y la inteligencia unidos por el mismo
coraje y un solo palpitar-.> Tenía razón somos uno. Un animal salvaje que se
mueve al unísono en seis patas y dos cuerpos.
Diferentes pero iguales en esencia ambas estatuas vivientes
con la vida pendiendo del hilo que el animal puede cortar con un solo ladrido.
Mi presa se gira de nuevo y relaja, por precaución no muevo
ni un músculo intento distraer por
segundos mi mente.La brisa se detiene, quizá ha querido compensarme el titánico
esfuerzo de retener mis ansias y yo se lo agradezco con un pensamiento fugaz.
Una araña se esmera en reparar las fibras de su trampa
perlada de gotas de rocío. Cazadora como yo también le asiste el derecho a
decidir que unos mueran para que otros puedan seguir viviendo. Los magníficos
rayos del Sol que se proyectan en ella perlada de rocío. Me embelesan
distrayéndome un momento de la ardua tarea que tengo por concluir y aún me
queda lo más difícil.
Etereamente, sin apenas ruido el animal se ha desplazado
unos metros a la derecha y resguardado tras un enebro de los delatores rayos
solares. Sin darse cuenta ha mejorado su posición, sin saberlo ha perdido.
Evitando la barroca telaraña comienzo a levantar los brazos aprovechando que ha
bajado su cabeza.
El tiempo parece detenerse, mi mente está en blanco. Mira de
nuevo y no parece guardar recelo. Con el
espeso e informe matorral que le apunta con un palo negro y bruñido.
Pausadamente se gira y me ofrece su flanco y su perdición, camina ahora en
paralelo. Hay un manojo de nervios contenidos que agavillándose bajo el viejo
sombrero de mi padre.
<¡Llegó el momento Padre ayúdame dondequiera que
estés!>.
El Lance.
Un tronco tapa su cabeza gacha, mi brazo se recoge como un
resorte y lo yo siento más fuerte que nunca. Tenso el madero que casi cruje,
apunto la flecha que no dudará. Suelto para herir a quien quiero matar sin
desearle la muerte. Vuela certera para hundirse con rabia en carne y quién sabe si también se ha hundido
en su noble corazón.
El corzo recibe el impacto en el pecho y salta
convulsionando su silueta hacia arriba. Corre unos metros hacia el monte que lo
engulle estrepitosamente por última vez para ocultar en silencio su muerte.
Nada se escucha ahora, el silencio ha vuelto a extender sus
pesadas e invisibles alas para cubrirlo todo en señal de respetuoso duelo.
Me quito el sombrero y miro hacía el Astro Rey entre las
ramas, todavía débil para ofender la vista. Agacho la cabeza e hinco la rodilla
en el suelo para rendirle honores y darle las gracias por concederme el don de
la vida. La presa que termino de alcanzar y pedirle perdón por la vida
arrancada. Parto en su busca seguro de que la hallaré cerca.
Pausadamente Séneca sigue el rastro entre aplastadas y
ensangrentadas espigas que pronto serán la única huella del drama. De la
siembra pasamos al monte y de este a un espesar de romeros donde el animal se
ha tendido para que la parca lo cargue delicadamente en sus huesudos brazos. ha
sido rápido lo cual me reconforta.
Alivia mi conciencia que como siempre precisa descargar la
culpa que le hace mella cada vez que mato. Me arrodillo junto a él mientras
Séneca lo olisquea y lame el sangriento orificio por donde ha escapado su vida.
Le tomo su cabeza en mi regazo y le pido perdón para cumplir el ineludible rito
que me hará digno poseedor de su cuerpo. El perro rabea nervioso y rompe en jubilosos
ladridos.
Una extraña luz lo envuelve todo elevando a su vez el
perfume de la tierra, de las flores a trayendo a este rincón del monte una
serena sensación de Paz. Mi perro y yo le lloramos por última vez. Debatiéndome
entre la justa alegría y la dura tristeza aún arrodillado grito desde la honda
potencia de mis entrañas.
– HASTA SIEMPRE PADRE-.
Silencio de nuevo, ahora es el monte quién lo impone y
perfuma con sutiles aromas de romero, musgo y lavanda. Ayudado por la calidez
de la mañana se ha percatado de la ceremonial trascendencia de mi cacería.
Quiere rendir homenaje a mi antecesor, a mi presa, a todos los cazadores de todos los tiempos.
Vacío de tripas y
ariscos olores el vientre del animal reservando el hígado para mi perro.
Mientras lo come palpo la bolsa de piel que llevo en el bolsillo de la
chaqueta.
Siento que ya es la hora, vuelvo a calentar mi gañote con
otro trago de rústico aguardiente. No sin antes alzar su petaca para brindar
por Él de nuevo.
Cargo el arco en un hombro y el corzo en el otro sin
importarme manchar la chaqueta, él lo hubiera querido así. <…La sangre de
una pieza nunca puede ofender a un cazador, es parte del botín…> Mientras
camino le recuerdo y no puedo evitar que otra furtiva lágrima resbale por mi
rostro mezclando barbas, sales, pinturas y sangre. Llego a la charca… nuestra
charca mágica.
Ese lugar donde por primera vez vi un jabalí completamente
salvaje y libre y me sentí tan extraordinariamente libre y salvaje como él. Con
él soñé tantas veces y en ella me encuentro ahora para cumplir una promesa.
Dejo el corzo y me arrodillo para lavar mi rostro con el agua limpia que fluye
directamente de la tierra. Me reflejo y Séneca bebe a mi lado con fruición
hasta saciarse.
Mientras sus colgantes belfos gotean se queda mirando con
atención la somera corriente… sin duda ha visto algo. Tras dos cargadas
manotadas me lavo y percato también. En el limo blanquecino y pegajoso hay un
gran casquillo raído y oxidado. Sin duda ha resistido el paso del tiempo para
hacerse visible en este mágico momento. He bebido cientos de veces desde
entonces y jamás había reparado en él. La mañana se ha vuelto más mágica que
nunca.
El agua se detiene para formar un espejo y reflejar mi alma
descubierta bajo la trasparencia de mis ropajes y mi carne. Ya no soy un hombre
moderno de esta era con un sabueso a mi lado, un arco bruñido y el cuchillo de
frío acero. Soy un curtido cazador lleno de cicatrices, en el agua se recorta
claramente mi figura y la de mi amigo.
Mis hombros cubiertos por una enorme piel de lobo en lugar
de una chaqueta. La capucha sobre mi cabeza ha mudado en unas fieras fauces
abiertas y mi perro se ha transformado en antiguo perro de raza indefinida . Mi
arco cruzado en la espalda y las plumas
que asoman del carcaj ya no están pintadas de vivos colores, son de un águila
otro cazador del monte. Cuantos años han pasado y sigo siendo el mismo.
Me incorporo para dejar correr el agua de nuevo y extraigo
la pequeña saca de piel de mi bolsillo. Miro por última vez al cielo y la abro
para dejar que las ligeras cenizas vuelen con la delicada brisa y se incorporen
de nuevo a la tierra donde un día se formaron. Se mezclaran con las plantas del
lugar y les darán vida como les corresponde, brotarán flores de ellas
perfumando estas soledades con la ayuda del Sol, la tierra y el agua.
Con la sangre del corzo pinto con el dedo unas iniciales
sobre la roca que corona el manantial a modo de pétrea lápida. Me giro, agarro de nuevo mi presa y comienzo
a alejarme del lugar para siempre. El perro me sigue pero antes olisquea algo
en el aire. Emite un lastimero y profundo ladrido helando de nuevo la sangre
del monte. También le quería y le llora de nuevo a su modo.
Mis antepasados parten de nuevo con la leve ingravidez de
las sombras y siento como el espíritu de mi padre me contempla satisfecho desde
lo alto. Por un momento he vuelto a sentir el viento en el rostro su tierna
caricia. La misma que me hizo a las pocas horas de nacer, en el mismo instante
que nos conocimos. Cuando fuimos Padre e Hijo al mismo tiempo.
Me alejo murmurando entre los dientes una frase que espero
quede colgada entre las ramas:
-Adiós LOBACO ahora descansarás tan libre como fuiste-.
AUTOR: @LOBACODECOLLIGA
PUBLICACION ORIGINAL: https://cazadorenlaoscuridad.blog/primitivo-atavico-y-autenticohasta-siempre-padre/
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