Aún recuerdo con cierta nostalgia
la indumentaria con que me equipé el primer día que salí de caza a puesto
propio, allá por los bellos montes de A Limia en Orense: un pantalón “adaptado”
de camuflaje que había sido de mi hermano cuando cumplía el servicio militar,
unas botas prestadas y una boina negra de medio lado que parecía haber sido
robada a las fuerzas especiales. El “conjuntito” me daba un aire de miliciana
aguerrida que… creo que fue eso lo que asustó al pobre zorro que se topó
conmigo en aquella aventura. O quizá fuese yo la que se conmocionó más al
verle, ya que era la primera vez que sentía tan de cerca el latido de los
sabuesos y esperaba encontrarme con un enorme verraco y no con aquella
miniatura de pelo rojizo. De todos modos, el atuendo de ese día no resultó nada
práctico, porque no paró de llover menudo durante toda la jornada y acabé hecha
una “sopa”.
No mejoró mucho mi vestimenta
cuando abatí mi primer jabalí, más bien al contrario: pantalón vaquero de
campana con florcitas bordadas, jersey de lana a juego… ¡menos mal que el
guarro era lo suficientemente grande para tapar en las fotos tan “descolocadas”
prendas!
Andando el tiempo, decidí que
había llegado el momento de equiparme como era debido a mi nueva condición de
cazadora…lo primero que me compré fue un sombrero verde, mi sombrero, de ala
media, de fieltro… Un sombrero que se convirtió en mi compañero de abates y
correrías, en mi talismán, mi amuleto. Fueron muchas las jornadas de caza que
pasó a mi lado, unas mejores que otras, algunas penosas y otras…no tanto, ¡fiel
compañero! No era un sombrero especial, volaba caprichoso con el viento, se
empapaba a poco que lloviznase, estaba viejo y decrépito…pero yo lo sentía como
algo muy propio. Mi sombrero verde representaba la toma de una decisión,
significaba un “sí” para la caza y su mundo y mi nuevo compromiso adquirido
ante la vida.
Al abrirse esta nueva temporada,
cuando buscaba y reunía mis pertrechos, no encontré mi sombrero verde caza por
ningún sitio, lo busqué desesperada de forma infructuosa. Tragedia y
desolación. Estas primeras jornadas de caza fueron decepcionantes en cuanto al
avistamiento de animales, nada…Achaqué mi mala fortuna al mal fario de la
perdida de mi sombrero. Mi talismán me había abandonado. Y en este desánimo me
encontraba abatida cuando… ¡apareció mi sombrero verde! ¡Feliz reencuentro!
Recuperado éste, me lo calé y partí en busca de mi ciervo, camino de Burgos, estaba
segura que… ¡ahora sí! Sucedió que, al menos, pude verle, mi ciervo anhelado,
pero no le atiné. Hacía frío, nevaba, con el sombrero calado doblemente y con
la tristeza de ver alejarse mi venado, perdiéndose en el bosque encantado de la
Demanda.
Y ayer, sin más, fruto de un
impulso, me he comprado un nuevo sombrero, ¡se acabó de antiguos apegos! Uno
adecuado, de los engrasados, de los que no se mojan, de los de caza de verdad
(el otro sólo tenía el color), he llegado a una edad que ya no estoy para pillar
fríos y “caladuras”. Bueno… ¡eso sí!...me he preocupado de que fuese el que más
me favorecía. ¡Seguro que esta vez mi ciervo no se me escapa!
Por Mª Ángeles Marcos Alonso
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