MI PRIMERA VEZ



Hacía tanto tiempo... como cada año desde que tenía uso de razón llegó la noche donde los nervios y ese cosquilleo característico en la barriga se hacían tan palpables que no podía conciliar el sueño. Justo hacía siete meses que se cerró la veda general, yo me veía muy mayor en aquel momento, pero en aquel entonces para mi padre aún era demasiado pequeña como para aguantar detrás de las perdices una mañana entera.

Unos días antes iba con mi padre por el campo, de repente paró el coche y con un exaltado tono de sorpresa pero con cara de felicidad mi padre exclamó:
- Papá: Mira, mira, mira... ahí van ¿las ves?
- Yo: si siiii ¿que son esos pájaros papá?
Vi dos pájaros, más pequeños que una perdiz volar por encima del trigo aún no cosechado.
- Papá: son codornices y la semana que viene abren la media veda para poderlas cazar.

En este instante recordé el verano anterior cuando mi padre llevó a casa una pequeña percha de unos animales moteados llamados codornices y que como buen padre cazador, me las enseñó, las toqué con un poco de reticencia al principio y me explicó que mi braco alemán cada vez que las olía se quedaba con la patita levantada indicándole donde estaban esas codornices, para mi fue algo tan extraño como bonito. Recuerdo que él mismo las peló mientras yo jugaba con las plumas.

- Le dije a papá: ¿y este año podré venir a cazarlas contigo papá?
- Papá respondió: claro hija ya eres mayor, este año tienes ya 6 años.

Ese momento nunca lo olvidaré, me sentía tan feliz que deseaba llegar a casa y contárselo a mi madre, abuelos, a mi hermano e incluso deseé que no fuese verano y así contárselo a mis amiguitos. Además, estaba orgulloso: ir a cazar era de mayores.

Unos días antes de lo que mi padre denominaba "la abierta", estaba con él preparando los bártulos de caza. Todo era nuevo para mi, las sensaciones eran dispares, todas agradables. Me explicaba para que servía cada cosa que metíamos en el macuto. Por primera vez, y bajo la atenta mirada de papá, aprendí lo que era un cartucho, lo toqué como el que toca una pieza única de vidrio que pensamos que se va a romper.

La sonrisa de felicidad en mi padre era patente, estaba orgulloso de ir a cazar con su hija mayor, esa a la que transmitía la afición día a día.

Llegó la noche antes a la abierta de la media veda, nada más cenar, ya tenía los cosquilleos en el estómago, sabía que tenía que acostarme pronto, mañana madrugábamos y no era cuestión de no cumplir con papá ante la jornada que nos esperaba. Por mi cabeza pasaban muchas cosas y me hacía muchas preguntas, me costó dormir.

¡Ring ring! sonó el despertador de mi primera vez que iba de caza, pegué un brinco y fui corriendo a la cama de papá.

- Yo: ¡papá! ¡papá! corre, es la hora.
Recuerdo la mirada de sorpresa de mi padre, se alegró de que fuese a su cama, seguro que pensó que eso era fruto de la afición.

Ya en el coche papá me recordaba lo que íbamos a hacer, donde debía colocarme en cada momento, que haría nuestro braco alemán, como coger el viento, etc.

Una vez los dos en el campo con la escopeta montada vi algo volar y le dije en voz alta:
- ¡Papá! ¡papa! mira.
Mi padre pensando en cuanta paciencia iba a necesitar hoy, me contestó diciendo:
- Hija es un simple estornino, y no chilles que asustaras a los pájaros. Nosotros hoy solo tiraremos a lo que levante el perro tras la muestra.

No solo íbamos de caza, papá quería enseñarme los principios y valores que debería reunir de todo cazador.

Cuando llevábamos unos veinte minutos andando me llamó la atención un campo por segar, me acerqué a él y para ver por encima del trigo debía ponerme con los pies de punta, papá me explicó que había sido un año de lluvias y debido a ello el trigo era muy alto. De repente el braco alemán se queda parado y veo que papá cambia de dirección y eleva la velocidad acercándose al perro, en voz baja y por señas me indica que me coloque detrás de él.

Ahí descubrí lo que era una muestra. El perro, que era de un color jaspeado marrón muy bonito levantaba la pata delantera derecha, dio dos pasos lentos hacia delante, el rabo estaba tenso y yo no sabía que iba a pasar, era mi primer lance.

De repente escucho un "prrrit" ¡que susto me dio la codorniz! salió a menos de un metro de mi, desde el rastrojo y en sentido opuesto al que nos encontrábamos papá y yo. Papá dispara y la codorniz sigue volando, pero a continuación dispara otra vez y la codorniz cae. A mi, que tan orgulloso me sentía de papá, me salió dar una palmada a modo de aplauso y papá me dice.
- No aplaudas que hay más.
En ese instante vi que el braco seguía de muestra, papá se acercaba al perro y le acariciaba la espalda mientras yo ya estaba un par de metros detrás de él, tal cual me había insistido todo el camino. El perro avanza otro metro más y papá me dice mientras señalaba unas matas de hierba:
- Estará en ese matojo de ahí.

La verdad es que el momento para mi fue larguísimo y la tensión era evidente, era consciente de que teníamos una codorniz delante e iba a volar en cualquier momento. El corazón me lo notaba palpitar, era como si el tiempo se parase. En eso, cuando estábamos encima de la mata, vuela la codorniz. Esta vez sobre estar esperando que volara, el susto no fue menor que con la codorniz anterior. Papá disparó y de primer tiro la tumba indicándole al braco que fuese a por ella. Que momento, que tensión y que complicidad entre el braco y mi padre.

Mi braco alemán cobra las dos codornices entregándoselas a papá, que bonito era eso, ahora entendía lo que era cazar, lo que significaba tener afición... papá me enseñaba las codornices, sabía que estos momentos no los olvidaría jamás. No me lo podía creer, que orgulloso estaba de papá, supongo que al igual que papá de mi. Solo deseo que llegue el momento en que se cambien los papeles y ese padre llegue a ser yo.


Gema Enciso Ripoll




No hay comentarios:

Publicar un comentario