…fue como un relámpago que me atravesaba el alma,
con violencia el mundo parecía haber reventado a mi alrededor, una nube de polvo y se hizo la noche.
Me despertó un ladrido y el aliento de un perro a pocos centímetro de
mi rostro, traté de abrir los ojos pero no veía nada, una noche sin fin
inundaba todo, me faltaba saliva, sentía
un sabor salado y seco que me atravesaba
la boca, me dolían los labios, agrietados cual los campos de nuestra
lejana meseta castellana en agosto. El perro no dejaba de ladrar, y una
confusión de voces en una lengua que no
entendía. Tardaron unas horas, que se me hicieron días, en quitar la viga que
me apresaba y rescatarme de los escombros.
Very good Lucy, atendí a
comprender, era una perra y me había salvado la vida. Una perra robusta y
negra, cuya raza me era totalmente desconocida. Una labradora me dijo Teórico,
al que llamábamos así por su amplia formación universitaria. Curioso nombre
para la raza de un perro, pensé.
Corría diciembre de 1942, formábamos parte del Corps Franc
D´Afrique (1942), éramos un numeroso
grupo de españoles que habíamos huido de la victoria franquista y allí
estábamos, en plena segunda guerra mundial luchando en alguna parte del norte
de África, y nada mejor para romper el hielo que hacerlo contra un tal Rommel,
mas conocido como el zorro del desierto.
Un grupo de seis soldados permanecíamos refugiados en una ruinosa
construcción bereber cuando no
sorprendió aquel proyectil. Sólo sobrevivimos Teórico y yo, gracias a Lucy y
aquel destacamento americano que llegó a tiempo.
Fuero días intensos en los que Lucy no se separó de mí ni un solo día.
Pasé postrado y convaleciente dos largos meses; disfruté de la compañía de
aquel bello animal y de unas puestas de sol que sólo África regala a los
sentidos.
Cada día dotaba de alas a mi mente y me dejaba llevar hasta Montacedo,
porque seguro que mi padre estaría allí, con su sabuesa Lá ladrando el
rastro de la liebre desde el Pozo del Diablo hasta la Enredadora , para ir a
morir no más allá de los Pilones, cuando pendiente del latido de la perra no
reparase en la presencia de mi padre, viejo zorro, junto a alguna encina,
recreándose en la belleza de aquel animal que lo tenía completamente
ensimismado.
A principios de mayo del 43 conquistamos Bizerta, y aquí terminó
nuestra aventura africana. Ese mismo mes nace la división Leclerc, compuesta
por 16000 hombres de los que 2000 éramos españoles, y constituíamos la novena
compañía, más conocida como “La
Nueve ”, o “La
Española ”, al mando un francés: Raymond Dronne.
Nos trasladaron de Marruecos a Gran Bretaña en el buque HMS Franconia.
El 6 de junio del 44 se lleva a cabo el
desembarco de Normandía, nosotros quedaríamos en Inglaterra, para desembarcar
unas semanas después al norte de Normandía, como unidad del ejército
estadounidense de Patton.
En pocas semanas llegamos y tomamos París, lo abandonamos desfilando
vencedores escoltando a De Gaulle, Montgomery y Patton.
Llegamos Andelot donde capturamos a 300 alemanes, cruzamos el Mosa y
establecimos una cabeza de puente tras las líneas alemanas. Durante estos días
capturábamos tantos alemanes que se los vendíamos a los americanos por tabaco,
alcohol, comida….etc
Un buen día la Diosa
fortuna quiso que en un viejo caserón,
derruido por la artillería alemana, encontrara una bonita escopeta de perrillos
del 16, con los cañones muy atacados por el óxido, pero en un óptimo estado de
funcionamiento, como pude comprobar con algunos de los cartuchos que pude
salvar.
Montamos el campamento junto al caserón, flanqueado por un frondoso
hayedo que suscitaba en mí una enorme atracción, algo me llamaba desde el mismo
corazón del bosque.
Al amanecer del segundo día, me dí un pequeño paseo por las
inmediaciones del campamento con Lucy, y cual fue mi sorpresa al ver en el suelo
excrementos de sorda, era inconfundible, aquella forma de huevo frito la
delataba, no podía estar muy lejos. Por un momento me olvidé de la guerra y
volví a pensar en mi padre, seguramente ya estaría pateando monte con su
sabuesa tras el rastro de la liebre. Seguro que la La Le pondría más de una
perdiz, pero ninguna sorda, era demasiado pronto, las sordas solían venir a
primeros de noviembre, rara vez antes, y sin embargo allí en mitad de la guerra
podía constatar que ya había al menos una. Nosotros nos dirigíamos al norte de
Europa y ellas ya estaban bajando al sur, tal vez escapando del sinsentido.
Paradójicamente, me había enterado que mi primo Cándido, con quien
había compartido tantas frías mañanas tras las becadas, se había alistado en la División Azul , con
destino a Rusia. Aún tardaríamos muchos años en compartir nuestras
experiencias, sería al calor de la gloria donde pudimos constatar que era tal
nuestra pasión que incluso en tan difíciles circunstancias, ambos fuimos
capaces de evadirnos de aquella prisión
sin barrotes y disfrutar de unos maravillosos momentos de caza en parajes
completamente diferentes a los que estábamos acostumbrados y en un contexto
poco menos que surrealista.
Cuando la quietud de la noche amenazaba invadirnos, la guitarra de
Rogelio “el zurdo”, rompió a cantar, y
no paró hasta bien entrada la madrugada, bulerías, coplas, rancheras, y mucho
whisky, había que engañar a la alargada sombra de la guerra, y por la guitarra
del zurdo (nuestro único Dios esa noche) que lo conseguimos…
Yo me fui pronto a dormir, tenía planes.
La niebla envolvía la mañana acariciando las hayas, éstas parecían no
querer dejarla escapar y la amarraban entre sus ramas rompiéndola en mil
jirones, ella jugaba con el bosque y se escurría entre las primeras hojas
caídas en el suelo. Aquella combinación, daba al bosque un olor tierra húmeda
que por un momento me transportó a Ubierna, con las mismas sensaciones que una
mañana cualquiera de caza en otoño por Valdevacas. Esa curiosa y mágica
capacidad de los sentidos de lograr transportarte en el espacio y en el tiempo
a partir de una imagen, un olor, una sensación.
Crepitaba el manto de hojas secas a mi paso rompiendo el inusual
silencio. Un silencio apagado en los últimos tiempos por el eco de
detonaciones, disparos, llantos: la ruidosa
y áspera voz de la muerte en la guerra, ese grito desgarrado del Hades
que nos venía acompañando desde Normandía.
Lucy rompía el sobrecogedor silencio con su alocada carrera, iba,
venía, saltaba, su aliento daba voz al monte, de repente, paró, junto a una
zarza rodeada de helechos, sólo fueron
unos segundos, todo sucedió muy deprisa…se abalanzó, y la magia del aleteo
anárquico de la sorda me cautivó, activó el bombeo de sangre en mi corazón,
multiplicó por el infinito mis pulsaciones. Ni siquiera me dio tiempo a encarar, observé su vuelo, imperfecto,
esquivando obstáculos y desapareciendo rápidamente. Lucy parecía mirarme
decepcionada, aquella perra ya había cazado, no cabía duda…
Seguimos escrutando cada rincón del bosque, hasta llegar al Mosa, las
últimas lluvias le traían muy caudaloso, nuestro querido Arlanzón parecía un
arroyuelo comparado con aquel río, ni siquiera el Ebro, a cuyo cañón nos
escapábamos de cuando en cuando tras las sordas se le acercaba ni de lejos. Era
un río imponente.
De nuevo Lucy de muestra…ahora fue la sorda quién no aguantó, salió
rápida y desconcertante, pero no tuvo tiempo de terminar el zigzag, se topó con
mi disparo, certero esta vez. La mala suerte quiso que cayese sobre el río.
Lucy no se lo pensó, se abalanzó sobre el agua, la violencia de la corriente la
hizo desaparecer en pocos segundos, la engulló el agua, apenas tuve tiempo de
lamentarme, se sucedieron una sucesión de explosiones a mi espalda, venían de
la casa, corrí hacía allí. Sobre mi cabeza sobrevoló el caza alemán que sin
duda acababa descargar los proyectiles sobre nuestro refugio.
Afortunadamente mis compañeros habían oído llegar el caza a tiempo,
abandonando el viejo caserón. Me tendí de rodillas, extenuado, dejé la escopeta
en el suelo, cerré los ojos y sentí en mi nuca una bocanada de calor y humedad,
era Lucy! Estaba allí, sentada, mirándome con cara de satisfacción y la sorda
en la boca…
De regreso a España con Lucy me eché al monte en Casaio (Galicia)
junto a la partida de Mario de Langullo “O Pinche”, y junto con la perra
escrutamos cada rincón de la
Ribeira Sacra , Tribes, Manzaneda y en general todo el macizo
central ourensano con el único cometido de cazar y suministrar alimento a
nuestra partida. Lucy se convirtió en una perra inigualable, tenaz e
incansable, tan capaz de parar una liebre, un conejo, perdiz o arcea, como de
latir un jabalí encamado, pero esa es ya otra historia…
Autor: Miguel Alonso Valdivieso @Alonsovma
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