Abrí los ojos y me encontré la cara de Arturo con el ceño fruncido mirándome a los ojos y señalando el reloj que portaba en su muñeca.
- ¿No ves que horas son? Date prisa y cámbiate que si no no nos da tiempo - Exclamó.
El sueño era dueño de mi cuerpo en ese momento, me había echado una siesta de dos horas, y no podía ni ponerme esa camisa que tenía mi padre de sus años de la mili.
-"Parecerá una tontería, pero a mí esta camisa me da suerte " le dije a mi hermano, el sin embargo se dedicaba a hacerme oídos sordos mientras sacaba las pilas del cargador de la linterna. Cogí el rifle y me encaminé hacia la puerta cuando de repente la voz de mi hermano me gritó:
- "¿Has cogido las balas?", Efectivamente no, la mezcla de sueño y de ganas me hacen perder la cabeza.
Mi hermano se puso al volante y le dije que me esperara en la tienda de la esquina, siempre me gusta coger una botella de agua que luego la noche se hace muy larga y la sed aprieta. Una vez con todo nos encaminamos hacia el pueblo por la vieja carretera, a través de la ventana miraba la orilla del Júcar recordando mis inicios en la pesca y como poco a poco la había ido abandonando por mí otra gran pasión, la caza, "la semana que viene saco la caña" pensé para dentro sabiendo que pronto se me olvidaría.
Pasado el "rehalenco” tomamos el camino de las "cañás", nada más entrar al monte dos corzas casi se nos meten encima del coche.
-"Parece mentira lo cerca que están de la carretera estos bichos" exclamó mi hermano.
Seguimos recto y por fin a lo lejos vimos el Vallejo de la zarza, le dije a mi hermano que parase, siempre me gusta dejar el coche lejos del puesto, que con estos bichos nunca se sabe.
Nos encaminamos al rincón de la parcela donde apenas quedaba una pipa en pie, debajo de un quejigo nos sentamos y en ese mismo instante me di cuenta de que me había dejado el agua en el coche, no se para que la compro si siempre me la olvido...
Poco a poco empezó a caer la noche y sin darnos cuenta la oscuridad se había desplomado un
manto encima del monte, todo estaba tranquilo, ni gota de aire , todo marchaba según lo
planeado.
Habían pasado como 3 horas, cuando a lo lejos se empezaban a ver los primeros relámpagos.
- “¡Con el día que hacía y mira ahora!" Pensé.
En apenas media hora la tormenta estaba encima de nosotros, no traía nada de agua, pero si
un viento muy fuerte que soplaba en todas direcciones, miré a mí hermano y sin necesidad de
abrir la boca sabía que quería que nos fuésemos para casa.
Si hay algo que me caracteriza es que soy más cabezón que un teckel, solo con la mirada que le
puse ya se dio cuenta de que esa noche no había un dios qué me moviese. Pasaron las horas y
la intensidad de la tormenta me hizo reflexionar, quizá lo mejor era levantarse y volver
mañana...
De repente un relámpago iluminó la escena como si de una foto se tratara y... Ahí estaba, esos
colmillos relucieron en la noche como dos espadas frente al fuego, no habíamos escuchado ni
un ruido en toda la noche, pero sin saber cómo ese animal estaba delante de nosotros.
Ninguno de los dos nos atrevimos a decir nada, instintivamente me encaré el rifle y justo un
instante antes de encender la linterna un cambio de viento nos delató. El monte ahora si
sonaba como si un ejército corriese a través de él, la cara de mi hermano le delataba.
- “¿Por qué no le has tirado? ¿Eres tonto?” – Exclamó
- “No me ha dado tiempo Arturo...”
Recogimos los bártulos, y nos fuimos mosqueados, nunca más he vuelto a saber de aquel
animal, pareciera como si el monte se lo hubiese tragado.
Desde ese día guardo en casa una tabla vacía, esperando algún día volver a encontrarme con
él.
Ayer Arturo me dijo que por que tenía la tabla vacía colgada, le miré a los ojos y le dije: " Hay
trofeos que nunca vamos a olvidar, y ni siquiera los hemos cazado”, Arturo se acercó a la tabla
y se quedó en shock cuando en la pequeña inscripción leyó "La tormenta".
Autor: Guillermo Cano Ortega de @consercaza
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