Pero, ¿esta realmente valorada?
Surgen muchos debates al respecto, hay personas que creen que está valorada, otras que no,… yo, desde mi experiencia personal, estoy mas a favor de que no lo está.
Todo cazador, cuando termina su temporada limpia, engrasa y guarda sus armas en el armero, pero no un rehalero.
Los perros no se deshinchan, ni se guardan en un armario hasta la nueva temporada. Ellos necesitan un mantenimiento diario, mes tras mes.
La rehala son los 365 días del año, hay que limpiarlos, curarlos y alimentarlos a diario. Revisiones periódicas del veterinario, criar cada año…. Desde mi experiencia, que llevo desde los 8 años de rehalera, la rehala era lo más preciado y cuidado de las monterías, pero por desgracia a día de hoy, en la mayoría de los sitios, es como si fuésemos los apestados y no nos damos cuenta que sin la rehala no hay montería, porque si alguna vez desapareciese habría que preguntarse :
¿Qué pasaría?
El verdadero rehalero, realmente tiene a sus perros por afición, es más, son su más preciado tesoro. Él los cuida y se desvive por ellos, desde que nacen, hasta que mueren.
Meses antes el rehalero, empieza preparando todo tipo de papeles, seguros, libros de registro, de desinfección, licencias... y sobre todo, cerciorándose de que no ha salido ningún tipo de documentación nueva, necesaria para que, a la hora de cazar, no le pongan ningún tipo de problema.
Por otra parte, algo esencial y súper importante es el botiquín, tiene que tener todo lo necesario para unos primeros auxilios, pero no solo para nuestros queridos perros, si no también, en la gran mayoría de los casos, para uno mismo dado que nos puede salvar la vida…
Puesta a punto de camiones, furgonetas, remolques…. Revisar que en nuestros vehículos no falte de nada, tanto para nosotros, como para ellos.
Y por último y más preciado, preparar nuestra rehala, meses ántes, se los prepara para la batalla, de tal manera que podamos evitar todos los riesgos posibles
¿A qué riesgos me refiero?
Cada año estamos comprobando que la temporada montera empieza con unas temperaturas desorbitadas, esto dificulta mucho el trabajo de la rehala y lo hace un problema bastante importante, con infartos, muertes por agotamiento, deshidratación… Para evitar este tipo de riesgos, el rehalero entrena a sus perros durante horas, a base de ejercicio y campeo.
Una vez preparados, nos queda vestirlos de gala, un momento que me encantaría que mas cazadores lo pudiesen vivir. Ellos de sobra saben que los estás preparando para la batalla. Según ven los collares, la alegría se respira en el aire.
Hay rehaleros, que aparte de los collares, también utilizan cintas o pintan en el lomo sus iniciales, aunque esto va con el gusto de cada uno.
Una vez todo revisado y bien preparado, los perros estas listos para salir a cazar..
Suena el despertador, de madrugada y el rehalero se dispone a cargar su preciada rehala. Con boli y lista en mano, va apuntando cuidadosamente cada perro que carga; solo quiere y desea una buena jornada.
En la finca, se reúne con los compañeros, donde cuentan anécdotas pasadas, enseñan sus nuevas promesas y se organizan para la batida. Por fin, en la suelta, los nervios empiezan a aflorar, pero no solo en el rehalero, si no también en sus queridos perros. Ladran, lloran, incluso nace algún roce entre ellos y cuando menos se lo esperan, se habré la puerta y da paso a esa gran carrera, que a cualquiera le pone los pelos de punta. ¡Empieza la jornada!
Entre voz y voz, silbido a silbido, el rehalero conduce a sus perros. ¡De repente, se escucha una ladra! Los perros llaman a su dueño. ¡Él corre! Entre encinas, jaras y escobas, corre como si no hubiera un mañana, solo pensando en llegar para acabar con la vida de ese animal y que a sus perros no les ocurra nada.
Una vez rematado, el rehalero revisa perro por perro su rehala, cerciorándose de que no haya ningún tipo de percance y si lo hubiera, sacar el botiquín, previamente preparado, curando al que pueda estar perjudicado.
A pesar del fin de la montería, el rehalero no acaba. Los cazadores se marchan, pero el perrero de nuevo, con boli y lista en mano, revisa su rehala, esperando a todo aquel rezagado que le falta. Haga frío, llueva o nieve, el rehalero aguantará hasta ya caída la noche y si no, volverá la próxima mañana, para encontrar a sus perros.
Solo queda comer, aunque a veces, la comida, se convierte en merienda o cena. Y esto, en el caso de que haya comida, porqué, la mayoría de las veces, cuando el rehalero llega, ya no queda nada.
Y así día tras día, jornada tras jornada.
Pero la rehala no es solo esto, aquí no acaba, no solo es una jornada de caza. Es una forma de vida y de vivir la caza!
¿Realmente crees que está valorada?
Autora Marta López García. @martalopezhunt.
Artículo publicado originalmente en la revista TROFEO de Diciembre de 2019
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