Vivo en un pueblo pequeño, rodeado de campiña y algo de sierra. También dehesa y grandes tierras de olivar y viña. Aquí hay mucha afición por la caza, aunque he de decir que las mujeres hemos sido siempre meras observadoras. Lo hemos visto como un mundo de hombres. Sus tertulias, sus reuniones, sus idas y venidas al campo. Sus nervios y noches sin dormir por el día que les esperaba, incomprensible siempre para nosotras. Pasar días enteros en el campo a pesar del frio y el calor o echar la tarde arreglando un puesto que se había partido, eran cosas que no llegaba a entender.
A la misma vez me apasionan los animales, tratarlos bien es algo fundamental. Claro que también me gusta la carne, y la carne de caza me parece especialmente rica y natural. Por lo que considero que una cosa no puede estar reñida con la otra.
Les voy a contar como fueron mis comienzos en la caza y como me convertí en la gran aficionada que soy hoy.
Apenas había entrado el mes de noviembre, pero ese fue un año bastante frio:
Estábamos los dos sentados, el que hoy es mi marido y yo. Él me hablaba de sus lances y yo le escuchaba atentamente.
Siempre he prestado mucha atención a todos sus relatos de cacería. Los cuenta tan bien y con tanta pasión que prácticamente los vivo al escucharlos. Fue entonces cuando me dijo, - ¿quieres venir mañana de cacería?.
Mi respuesta inmediata fue decirle que sí. Me encantaba la idea de ir a cazar con él. La modalidad eran zorzales. Me lleve toda la noche nerviosa. Sin querer estaba empezando a comprender los nervios de un cazador.
A la misma vez, me entraron dudas sobre si sentiría rechazo por los demás. Me entró miedo de que mi marido se sintiera inseguro por algún comentario inapropiado y esto nos hiciera sentir incómodos. En mi pueblo ninguna mujer había pisado aún el bar cuando los cazadores se reunían.
Por fin llegó la mañana, hacía muchísimo frio. Puede que mi ropa tampoco fuera la más adecuada. Llegamos a la reunión y sentía sobre mí el peso de muchas miradas. Pero mi marido optó por una actitud natural conmigo y con los demás y eso me hizo sentir bastante bien.
Me integré rápidamente, ya que en los pueblos pequeños nos conocemos todos y la verdad es que me fui al campo bastante sorprendida de la actitud de los cazadores. Con el tiempo esta actitud se ha ido superando cada vez más. Puedo decir que hay excepciones, pero en su mayoría, al contrario de lo que muchos puedan pensar, los cazadores son personas de pensamientos sanos y muy tolerantes.
Y por fin llegamos al campo. Era una zona de sierra; con bastante arboleda y muchos matorrales. Tras preparar el puesto y darme una buena lección sobre seguridad, él comenzó a disparar. Yo apenas veía nada, estaba tirando “entre dos luces”. No entendía que era un zorzal, ni que sonido hacía, ni su vuelo, ni nada... Yo solamente sentía frio y cada vez me iba desalentando más. Tanto, que incluso llegue a pensar que no volvería a salir al campo para ir de cacería.
Pero entonces, ya de día, mi marido me miró y me dijo: -¿Quieres tirar?Mi respuesta, de forma decidida y entusiasmada fue un – sí. Rotundo. Desapareció de repente todo el frio y toda la desgana que pudiera tener. Primero a un blanco fijo y más adelante en movimiento. Despertó en mí una pasión que fue creciendo día a día a pasos agigantados.
Dos buenos amigos que nos acompañaban hicieron que el día fuera de lo más divertido. De manera espontánea se nos ocurrió asar en la candela los pájaros que íbamos cazando. Cada uno tenía su función, uno los cazaba, otro los pelaba, otro los asaba y todos nos los comíamos.
A partir de entonces, lo primero que hice fue poner todos mis papeles en regla. ¡¡En unos meses era oficialmente una cazadora!!. Eso sí, tenía mucho que aprender...
Lo primero que me recalcaba mi marido era la seguridad, seguridad y más seguridad. Y lo aprendí bien: ¡Cuidado con la escopeta! Ante todo, no hay que olvidar que es un arma de fuego y mal usada puede ser muy peligrosa. Nunca apuntar a nadie, descargarla en presencia de personas ajenas a la caza, el carro siempre abierto si no se está cazando, poner el seguro siempre que sea necesario.
Me enseñó a respetar el lance del puesto de al lado. A no disparar si el animal no estaba a tiro, ya que podía herirlo, pero no tendría opción a cobrarlo y por lo tanto no podría aprovechar su carne.
¡Por fin aprendí lo que era un zorzal!, a diferenciar su vuelo claramente. A escuchar el sonido tan particular que hacen al pasar, muy valioso para saber por dónde entran y así hacer más ventajoso el tiro. Me enseñó a apuntar en el vuelo, a adelantar el disparo, a medir “los vientos”.
Aprendí lo que era una escopeta; una superpuesta, una repetidora y una paralela. Para que se usa cada una. Los cartuchos, las marcas, los gramos, el calibre del plomo. Y Cual debía usar en cada cacería.
Y me regalo una perrita, Turca. Una bretona muy pequeñita. Ella aprendió conmigo y yo con ella. Se convirtió en toda una profesional. A pesar de no haber tenido lances demasiado abundantes, Turca aprendió a ver el zorzal cuando caía, a “cobrarlos” y a estar pendiente de cada movimiento de mi escopeta.
Un tiempo después, por cuestiones de trabajo, mi marido me animó a ir de cacería cuando él no estaba. Esa tarde, estaría trabajando y me aconsejó aprovechar el puesto ya que se esperaba que hubiese zorzales.
No estaba segura de ir sola, tenía dudas sobre si sería capaz de hacerlo todo bien. Me cohibía la idea de llegar sola al sorteo de puestos, en el bar, sin ninguna otra presencia femenina. Pero, finalmente me convenció de que estaba totalmente preparada para ir sin él. Así que le eché valor y fui.
Cuando llegué, comprendí que solo necesitaba dejar de pensar por los demás y fijar mi punto de mira en lo que me había llevado hasta allí: Pasar la tarde haciendo algo que me encanta; cazar.
Entonces dejé a un lado mis temores y me apunté. Después, con la naturalidad que me caracteriza, pasé un rato bastante ameno con mis compañeros de cacería.
Ya en el campo, lo preparé todo, apliqué todo lo que mi marido me había enseñado y el resultado fue bastante bueno. Llegue a casa con quince zorzales cobrados, gracias también a mi fiel compañera. Por supuesto, no tengo ni que decir, que no olvidé recoger todos los cartuchos vacíos del suelo.
Estaba muy contenta y ambos celebramos la cacería mientras yo le contaba entusiasmada cada lance que había vivido.
Cada vez he ido creciendo más como cazadora y abriéndome en la caza. Comencé a practicar otras modalidades y a día de hoy puedo decir que mis preferidas son; la caza del zorzal y la caza menor con perro.
Ahora sé y entiendo: Lo que es no dormir por esperar el primer día de zorzales. Ahora sé lo que es pasar la tarde arreglando un puesto de cacería o limpiando un arma. Ahora entiendo las horas de tertulia hablando de lances, de perros o de escopetas. Ahora veo, que para comprender la caza hay que vivirla.
El respeto por la naturaleza, por conservar el entorno. No molestar a los animales fuera de veda. Facilitarles lugares en donde comer y beber en los meses de sequía, o favorecer su reproducción son cosas que sólo un cazador se preocupa en hacer. Incluso repoblar, si fuera necesario, en los lugares donde las especies cinegéticas están cada vez más amenazadas; debido a la conservación de sus depredadores naturales o de la humanización de los bosques.
Aprendí lo necesaria que es la presencia de la caza para la agricultura. Como los cazadores se encargan de quitar especies, sin daños colaterales, de lugares donde perjudican las siembras y como esas mismas especies se utilizan para repoblar otras zonas.
Antes había tenido perros, pero solo cuando compartes con tu mascota una afición natural en la que disfrutáis los dos, puedes valorar al cien por cien lo necesario que puede llegar a ser.
Aprendí que el mejor guarda que puede tener el campo, es un cazador. Generalmente son los que están siempre ahí, se conocen los caminos, los términos y hasta saben de quienes son los terrenos. En caso de personal sospechoso son los primeros que pueden delatar su presencia.
Para terminar, me gustaría añadir, que las mujeres podemos practicar la caza exactamente igual que los hombres, pero, hay que tener en cuenta que llevamos miles de años de desventajas. Desde las trabas sociales, a las tradicionales o a las costumbres. Hoy en día los hombres tienen mucho más fácil y accesible practicar este deporte . Animo a todas las organizaciones y cotos; a eliminar barreras y a facilitar este acercamiento a la mujer al mundo cinegético.
¡Viva la caza!
Autora: Patricia Sánchez
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