Habitamos una sociedad cada vez más
urbana e individualista. Una sociedad que se asoma de puntillas a sus raíces y que
apenas mancha sus botas de con el barro de nuestros montes. Se ha dulcificado hasta el extremo el irreal, y en ocasiones inexistente, contacto con el
entorno natural, creando una imagen
idílica de fauna y naturaleza. En este contexto
se desarrolla la figura del cazador actual, un ser casi desubicado en la
realidad del mundo que le rodea. Un individuo que se pregunta, qué ha hecho mal para ser en
muchas ocasiones mal visto, para estar cada día más desamparado en muchos
círculos sociales.
En los últimos años una imagen
mal proyectada de la actividad cinegética, ha provocado un inicial rechazo
sobre la caza y el cazador, esta imagen dista en sobremanera de los
sentimientos que despierta cada jornada venatoria a quienes la practican, ya
sea en busca de las patirrojas en
invierno, o recechando un ciervo con las primeras lluvias del otoño. Estos sentimientos puros y naturales, no son capaces de trasmitirse
fácilmente a alguien ajeno a esta
actividad, y al que por mucho que se
quiera transmitirse, por ejemplo, la tensión de una ladra en el fondo de un
barranco que poco a poco se acerca a su postura, no podrá hacer partícipe al
receptor de tal sentimiento salvo que lo viva en primera persona, y en la
actualidad antepondrá la humanizada imagen de la vida animal, a la natural
actividad cinegética.
La imagen del cazador actual como
mero ejecutor de fauna nada tiene que ver con la actividad cinegética a día de
hoy, con el verdadero contacto que este
individuo tiene con el medio, con la vuelta a los orígenes con el paso de una vida mundana y cotidiana a la
incertidumbre de cada salida , a la alegría en la víspera de cada jornada; el
momento en que la vida monótona rompe de
bruces con lo desconocido, con el ladrido de un corzo ,o el despertar de los sentidos con el súbito
despegue de la becada quebrando en su vuelo las ramas de los robles y pinos que
le dan abrigo y protección. El cazador moderno que en ocasiones se recoge en sí mismo no siempre es capaz de expresar estos momentos y en ocasiones incluso se avergüenza
de ellos, se pregunta a menudo por qué
no se le comprende. Y es que en un mundo
que cada vez da más la espalda a la naturaleza y a todo lo que le rodea, el cazador
se convierte sin quererlo en un
ser extraño, siendo tan natural en el desarrollo humano como el día o la noche.
Es por ello que el cazador si
quiere convencer y sobrevivir en el futuro, debe proyectarse como un recurso
del medio, como un conocedor del entorno , de la fauna y flora, las estaciones y los periodos de cada
especie, debe respetar para ser respetado, no es un depredador, sino más
bien, si se me permite la expresión , un
equilibrador del medio, que llena su morral de vivencias y experiencias que
difícilmente pueden leerse en los libros .El cazador se sacrifica, sufre y
observa en contacto directo con el
entorno, se asoma a la realidad de la vida y la muerte de una forma natural, no
trata de humanizar un entorno que es en sí salvaje, y del que él es mero partícipe, sin tratar por
ello de modificar las conductas de las especies con las que interfiere.
Pero cuán difícil es explicar
todo esto, a aquel individuo que no lo ha sentido, déjenme recomendarles a
aquellos críticos de la actividad cinegética, que salgan al campo y compartan un mentidero con algún cazador,
empápense de experiencias, y asómense a la caza sin tapujos, de igual a igual,
descubrirán un mundo fascinante y entonces, tras conocerla y sentirla juzguen a
cazador y caza como crean que se merece.
Autor: Pablo García Pérez.
Gran artículo con el que coincido, la sociedad debe abrir los ojos con los cazadores y los cazadores hacer ver y mostrarse ante la sociedad moderna como lo que son: una solución, en lugar de un problema. Enhorabuena.
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