Son más de las siete de la tarde, el sol ya se ha escondido y a penas queda luz debido a los nubarrones que cubren el cielo. Acabamos de llegar del campo y vengo rebosante de alegría. Hemos pasado la tarde en un puesto de zorzales, mi perro y yo.
Es un perro joven, con poca cacería a sus espaldas y apenas ha cumplido los dos años y medio de edad.
Al principio, cuando tenía 5 meses pensaba que no sería bueno para la caza del zorzal. Era muy inquieto, no podía retenerlo en el puesto y no prestaba atención a mis órdenes.
Con un año y medio estaba algo más tranquilo, pero para ir a cobrar la pieza debía acompañarlo un poco y lanzar una piedra en el lugar aproximado a dónde había caído el pájaro.
¡Pero hoy ha sido increíble!
Empezamos la tarde muy tranquila, no había pájaros. A primera hora mi fiel amigo estaba algo inquieto, pero poco a poco se fue calmando y se sentó a mi lado.
Estaba empezando a oscurecer y solo me quedaba esperar la entrada de algunos zorzales tardíos.
De repente, a una altura media-baja; lo veo aproximarse a gran velocidad hacia donde yo estaba. Era un zorzal, llevaba esperando toda la tarde y por fin llegó. Emitió su sonido tan particular al acercarse y eso me puso en alerta.
Ya estaba en tensión, apunto para encargarme la escopeta cuando estuviera a tiro y fue entonces, con ese simple gesto, cuando mi perro se puso también alerta.
Entre 2 luces le resultó mucho más fácil distinguir al pájaro por el contraste con el color del cielo. No podía fallar ese tiro, tenía que hacerle una buena faena, era el momento de enseñarlo bien.
Una vez que el zorzal estaba a la distancia adecuada: encare mi escopeta, lo apunté y con los dos ojos abiertos dispare. Y aquí vino lo mejor...
El perro lo vio todo perfectamente, y sin necesidad de mandarlo; salió corriendo a por él entre las jaras, al lugar en el que había caído el pájaro.
Con ese sonido tan característico que hace con su nariz
cuando busca, recorrió unos metros y en cuestión de segundos lo había
encontrado.
Con una mordida suave, lo agarró y lo trajo hasta mi.
¡No lo podía creer! ¡estaba alucinando con su reacción! Le
di veinte caricias y veinte achuchones. En ese momento me daba igual si pasaba
algún otro zorzal, la tarde había sido más que sobresaliente con la reacción
que había tenido mi perro.
¡ Menudo lance!
Pensé que esto solo lo podría entender aquella persona que
enseña su perro desde cero. Aquella persona que no solo tiene un perro, sino un
amigo, un compañero, un cómplice…
En ese momento recogí el puesto y todo lo que llevaba y me
fui a casa. No necesitaba nada más por hoy.
Todo pasó en apenas unos minutos pero yo perdí la noción del
tiempo.
Siempre he sentido que un buen lance se ve, en mi mente,
como una buena película. Llena de emoción y de la que no me canso de recordar
una y otra vez.
El disparo es solo una parte de la caza. A veces ni siquiera
hace falta un arma para practicarla. Pasear con tu perro por el campo y ver
como este te hace una muestra y de entre los matorrales sale un conejo y: Quedarse
observando, recreándote en la imagen, mirando la reacción de tu perro cuando lo
ve a alejarse….. Eso también es cazar.
De Patricia Sánchez
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