El latido del campo a la hora del Alba es un privilegio destinado a unos cuantos locos o así nos llaman quienes han perdido los instintos, quienes su infinita ignorancia no les deja ver lo que un día fueron, ni lo que podrían llegar a ser, si aprendiesen a respetar el legado cultural, antropológico y espiritual que trae desde antiguo la caza.
Aspirando mi mundo a bocanadas…
...voy trepando por la ladera, sorbiéndole al campo todos sus lujos y olores, resollando la maldad de los «cubatas» de anoche, templando de nuevo mi cuerpo con el aire montuno.
Tras los pasos de mi gran perro, quiero llegar a la alargada cumbre de esta serrezuela, antes que Lorenzo despunte el día con sus afiladas y áureas lanzas, creadoras de la vida.
El paisaje es espectacular, los olores vacuos y a veces sutiles, del humus, de los pinos, reconfortan las narices tanto como los trinos de los pájaros, los oídos o el claroscuro del bosque a los ojos.
A lo lejos, el pueblo duerme sin saberlo, sin percatarse, inexplicablemente ajeno al portento natural que se vive aquí y ahora.
A la par, al unísono y «al alimón”, vamos recorriendo los rincones todavía oscuros bajo los árboles, todas las «solanillas» donde pudiera andar encamada la «hermana rabona”, tapándonos a conciencia de los penetrantes ojos de las torcaces, pues es aquí donde los inalcanzables bandos del valle rozan con su azulada panza las copas de los pinos carrascos.
Ya ha salido el Sol y nos ha descubierto en la misma cima, amparados tras los huesudos brazos del enebro, oteando el roto del horizonte, donde las sierras parecen los trazos de un niño que aprende a dibujar.
Con ojos penetrantes admiramos la insondable boina de niebla que luce el valle, de donde esperamos broten las palomas como perlas negras de un momento a otro.
Las palomas de la niebla del Alba..
...no han de tardar, pues ya estarán ahuecándose desde las ramas de su dormitorio, zureándose unas a otras para reconocerse, saludar al nuevo día y agradecer el prodigio de seguir vivas.
Con sus buches rugientes de puro hambre levantarán el vuelo y vendrán a parar a este collado a través de espesas brumas.
Mientras, una ardilla ha bajado a explorar el suelo, mi perro la mira a ella, después a mí, pero como su Dios y maestro, le niego con la cabeza y pongo mi conciliadora mano sobre la suya…
«Espera un poco chico, tan solo un minuto más…»
Ya se ven, vienen desafiando al mismo viento, perforando la blanca espesura que hace esfuerzos por retener sus potentes aletazos.
Son siete y vienen rectas hacia nosotros, un tanto escoradas a la derecha, sin conocer que esa deriva le ofrece a mi escopeta una leve ventaja.
Al llegar como un resorte salta hasta el hombro acostumbrado, encaja mi mentón en su culata y por un instante apunta al cielo, antes de tronar su invisible lengua de muerte y fuego.
Todo ha quedado mudo, hasta el Alba, que por un instante nos mira sin temor y reconoce de nuevo, mientras dejamos la cumbre para descender al valle atravesando las espesas nieblas.
Si algo aprendí en la caza…
...fue a seguir mi propio instinto, igual que hago en las demás vertientes de la vida.A buscar donde nadie busca, a encontrarme donde yo quiero estar, a valorar lo que otros rechazan.
A desoír las anodinas llamadas del vacío rebaño que no quiere verme osar despuntar, que no tolera que no le siga para seguir encubriendo su propia mediocridad.La experiencia hoy vivida me da la razón una vez más, me reconforta y anima a seguir en la misma línea.
Con ese empeño y unos cuantos tropezones, hemos traspasado las nieblas y descendido hasta el fondo del valle, hasta la linde del bosque con las labores.
A otro mundo en semi penumbra, donde el Sol no llegará hasta pasado el mediodía, donde los seres que lo pueblan viven de otra manera…
Allí, donde vive La Bruja del Bosque.
Los charcos del camino de la umbría guardan un agua fría y tan pura como para dejar que mi perro abreve, calme su sed y detenga su trote por un momento.
Es joven todavía y aún no sabe dominar el ímpetu que brota acelerado desde el fondo de su potente pecho.
Lo miro, lo nombro y rabea con entusiasmo, me mira desde la profundidad de sus ojos color caramelo, desde la autenticidad de su nobleza sin raza.
Entre robles deshojados, ladridos de corzos y setas carcomidas, atacamos la suave loma donde espero encontrarla, sé que está sola, no hay muchas por estos lares y no lo pondrá nada fácil.
El suelo está tan húmedo que las «narices» pican, pero es un olor apacible y vivificante, pues los primeros rayos ya traspasan la bruma allá a lo lejos. Hemos de darnos prisa.
El milagro de la bruja del bosque
Repechando suavemente ascendemos un poco entre viejos carriles, que antaño sirvieron para bajar las maderas del monte, enormes mulos, broncas voces, brazos fuertes y vigorosos, que hace décadas desaparecieron.
Poco a poco la vegetación vuelve a espesarse, mientras los delgados y pelados robles lo llenan casi todo.
Un claro aquí o allá, una espesa y enrevesada maraña, un rocoso balcón que mira a la otra vertiente de este monte, forman el inolvidable paisaje.
El perro hace metros que la toca, sin ser especialista ha cogido su rastro, lo sigue con vehemencia perdiéndolo y retomándolo a ratos.
Se encamina a una maraña y se queda quieto, camina tres pasos más y se petrifica, rodea un brote de roble muy tupido donde sin duda se esconde el tesoro que andamos buscando.
El tiempo se detiene mientras Uncas se transforma en marmórea estatua, boquea, aspira, aspira, boquea, me mira de reojo y me advierte…
¡Está ahí, no la vayas a fallar ahora!
Me coloco en la posición más favorable, justo tras el perro y los minutos empiezan a parecer horas.
Sigue estático y a mí me revienta estropear este precioso momento. Sea liebre o sea «Bruja del Bosque“, no tiene escapatoria.
En el último momento el perro no puede más, gira de nuevo la mata, se coloca delante de mí y el roble estalla en rápido vuelo leonado y rectilíneo.
Se eleva un poco y asciende en décimas de segundo hacia el monte, la tapo y le suelto un tiro conejero a «tenazón» que se clava nítidamente en el tronco de un esquelético roble.
El perro la sigue, o mejor dicho, persigue a un fantasma, porque el pájaro ya se ha evaporado.
No ha quedado más que una pluma flotando en el aire, nervioso testigo que un día estuvo amarrado a un misterioso, precioso y viajero pájaro.
Mientras la buscamos aterriza frente a nosotros un enorme bando migratorio de palomas, se detienen en las copas más cercanas, nos ven y salen de nuevo «a escape» hacia el collado de la cima del monte.
De la Bruja del Bosque ni rastro y tras diez minutos de búsqueda, decido regresar.
Con el sol de cara, por el camino retorno a mi guarida del pueblo mientras dejo mi mundo atrás, acariciando en el bolsillo las dos vainas vacías, coronado por el majestuoso vuelo del Aquila chrysaetos, bamboleando la paloma muerta y orgulloso de mi perro.
Aquí es donde debería vivir y «civilizarme» a ratos y no al contrario.
Un buen taco de jamón y trago de la bota de vino, pondrán el broche a la mañana, después saldré a vigilar los rastros para el aguardo de la noche.
Es lo que tiene ir de caza con tres cartuchos, salir de disfrute, sin ansía, con respeto y sin desdén.
A ser parte de la vida que bulle tomando lo preciso sin arrasar, sin dejar la inhumana huella que tanto ayuda a despreciar al cazador.
Es lo que da tener al alcance un monte, una escopeta, un perro, una niebla, un pasado y una paloma torcaz.
Es impresionante volver a casa con esta sensación de triunfo, de quedarte sin munición frente al bando de palomas de tu vida, de fallar una becada a «cascoporro», de llevar en el chaleco una sola paloma y una enorme lección de vida.
Autor: Moises @lobaco
Relato publicado originalmente en https://cuadernodecaza.com/bruja-del-bosque/
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