Después de casi un mes de vigilar sus entradas y salidas de una zona muy tupida, decidí esperarlo aun sabiendo que el aire me podía jugar una mala pasada y que no tendría la ayuda de la luna. Había tomado por rutina ir a tomar su baño de barro y luego, tras salir atravesando la viña, pasaba a la derecha del puesto como a un par de metros. Me quedaban tres noches de espera antes de que el permiso concluyera y estaba dispuesto a vivir debajo del roble si hacía falta.
La primera noche nada: Cuatro horas y para casa. Seguro que entró mas tarde. La segunda noche más de lo mismo... y la tercera estuve a punto de desistir pero tenía que intentarlo, así que allá fui. A las nueve de la tarde en el puesto. (No, no vi el partido Barcelona- Real Madrid: La espera y la caza, para mí, superan en mucho cualquier partido de futbol) Tengo el aire del oeste y a ratos sur oeste: ¡Perfecto! Aunque no hubiera luna, pensé, no me hará falta. En cuanto lo oiga – y lo identifique perfectamente - allá le va una píldora del 300... ¡Iluso de mí!
A eso de la una el viento se paró del todo, se oía el cárabo a lo lejos y el roer de algún ratón a mis pies, la noche negra, y el fondo de mi puesto oscuro. De repente veo una silueta a 15 m de mí. ¡Eso es el jabalí!, pensé, ¡no puede ser, pero si no lo he oído llegar entre la hojarasca de los robles! Es igual, allá que le va. Con sumo cuidado empiezo a levantar el rifle, enciendo la retícula, encaro, y cuando el haz de luz ilumina el escenario....... NADA¡¡¡¡ Apago rápidamente pero ya es tarde y lo oigo tronchar ramas y broza por dentro de la espesura. No sabía que pensar: ¿Me lo había imaginado, lo había soñado o me habían engañado mis ojos de tanto querer verlo? Me levanté temiéndome lo peor... Allí estaban sus huellas, lo había tenido en mis narices y no había podido hacer nada. En su huida ni el típico bufido. Se limitó a cruzar el claro y esconderse.
Al menos sé que estuve a punto de engañarlo. Hubiera sido mi segundo jabalí a la espera en menos de un año que llevo enganchado a esto. Al parecer hemos roto relaciones y no ha vuelto a entrar al barro. En cuanto me concedan un nuevo permiso, intentaré quedar con él alguna noche... De momento me ha ganado por mi torpeza. La próxima vez habrá que espabilar porque estos bichos nacen sabiendo… ¡Y si llegan a viejos…!
Paso un mes desde el linternazo y no había vuelto a entrar al cebadero. Andaba por los alrededores pero manteniendo las distancias. Ya casi había perdido toda esperanza de poder hacerme con él. Mis paseos hasta su querencia se habían convertido en un acto de fe y de disfrutar de la naturaleza en aquel paraje tan desconocido por mi hasta entonces. Decidí poner la trailcam, pero rehusaba de aquel entorno y solo una noche conseguí grabar su sombra a unos 20 metros. Nada nítido para poder valóralo. Hace unos días y con la vuelta de los calores, reconocí sus huellas en la arena movida y seca de la viña y en unas bañas que agonizaban lo mismo que los renacuajos que habían nacido en ellas.
En uno de mis paseos descubrí una gran mancha de aceite quemado en el suelo y la evidencia de que estaba entrando allí. No era el único que andaba tras sus pasos. Decidí cambiarle el puesto y colocarle la cámara de nuevo. Esa misma noche lo pille y me ilusione pues tenía buen trofeo, pero algo lo espantó de una manera inesperada. La siguiente noche no entró.
Es viernes y lo tengo todo preparado. Esta noche iré de espera. Dejo el coche a una distancia considerable para no levantar sospechas y a las 9 llego a la postura. Preparo los cachivaches y a esperar. El aire, flojo, me es favorable y estoy a unos 40 m del cebadero unos dos metros más alto, a mi derecha, una viña recién labrada, muy arenosa y de un tono blanquecino. Detrás del cebadero unas escobas y unos robles salpicados con encinas de porte bajo. A mi izquierda una chopera llena de zarzas y fresnos que hacen imposible que allí entren personas, donde presumiblemente se encama. Pasado un rato, tres zorros del año comienzan sus correrías nocturnas y me sacan una sonrisita viéndolos jugar con un pañuelo de papel.
Empiezan los mosquitos a molestar y las ranas a dar la murga junto con el gutural sonido del chotacabras que consigo ver a pocos metros de mí. Llegan las dos de la madrugada y no consigo ver nada pues la luna se escondió hace media hora, cinco horas ya es demasiado: Me voy para casa. Recojo todo con el mayor sigilo y me retiro vencido y cabizbajo, pensando en que lo mismo tardaré un mes en volver a verlo como pasó la última noche que nos encontramos, aquella que lo tuve en mis narices y escapo indemne.
Es sábado por la mañana me acerco al puesto y a una distancia de unos 20 m veo que ha movido las ramas con las que tapé el aceite para no tener problemas con la autoridad, pues aunque yo no lo vertí allí, me pueden denunciar y no quiero líos.
Llegan las nueve de la noche y allí estoy otra vez. Tengo la sensación de que no me he movido de allí en dos días. Reconozco plantas, objetos y formas del terreno a la perfección. Ya están los zorrillos en danza y rezo para que no se acerquen más pues me pueden detectar, preparar una escandalera y dar al traste con todo. Mamá zorra apresa un conejo y la chilla los atrae como las moscas a la miel. Nunca me había alegrado tanto de la muerte de un conejo a manos de la raposa, pero… “A la fuerza ahorcan”. Pasan las horas y siento un movimiento de vegetación a mi derecha pero irrazonablemente no le doy importancia. A eso de la una de la madrugada el sueño y el cansancio comienzan apoderarse de mí. ¡Los 106 km en bici de esta mañana me están pasando factura!, pienso. Bebo agua y cuando dejo la botella veo que una mancha negra atraviesa la viña de mi derecha hacia el cebadero. El corazón se me acelera, fijo la vista y tapo la luna que tengo enfrente con la visera para poder ver más nítidamente… ¡¡Es él!!… Levanto el rifle y lo veo salir del cebadero en la dirección por donde había venido: ¡Será cab***!… ¡Pero si no le ha dado tiempo ni a retozar y en apenas 15 segundos ya estaba otra vez de vuelta! Con decisión y aplomo coloco el rifle sobre la horquilla, enciendo la retícula y lo meto en la cruz. En ese instante la botella de plástico hace un ruido como un “clap” y el jabalí se para, enciendo la linterna y boooooouuuuuuuummmmm!!! No lo tumbo y tampoco lo veo, solo siento romper el monte en una lindera de unos 20m de ancha que hay junto a las vides. No me puedo creer que no le haya dado.
Me calmo un poco y recojo las cosas. Pasado un cuarto de hora que se me hizo eterno voy con la linterna de cabeza y el rifle en ristre a ver si hay sangre. La encuentro rápido y por la forma y el color de las manchas deduzco que tiene un tiro de pulmones. Rodeo la lindera para ver si la atravesó y no hay huella de salida. Como me da un poco de reparo – por llamarlo suavemente - entrar en lo espeso, busco por la linde de la macha con la viña a ver si ha vuelto sobre sus pasos más abajo, hacia el regato… pero no hace falta: Debajo de una encina, en un claro, lo encuentro muerto después de 20 minutos interminables de pisteo, y eso que no había recorrido 30 m desde el disparo, pero los nervios y el miedo a que estuviera malherido hicieron el rastreo largo y emocionante.
El trofeo es lo de menos pero esperaba más, pues en las fotos de la cámara parecía bastante más. Lo mismo este era uno de paso. De cualquier modo la historia de “El fantasma” se terminó…
… ¿O no?
Autor: Juan Pablo Esteban, @juan_lobon_
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