-¡EL LOBO! ¡EL LOBO HA VUELTO!¡ALLÍ JUNTO AL BARRANCO ESTA
APOSTÁNDOSE PARA MATAR!-
Los histéricos ladridos del corzo llenaron la quietud del
monte los minutos previos al ocaso. Mientras el cielo se preparaba para
descargar a jarros sobre la tierra su liquido y puro tesoro.
La noche, esa noche húmeda y templada a punto de caer
presagiaba una tragedia. Una tragedia de lo más mundana en por aquellas
sierras.
El monte, el viento y la luna que de normal eran propicios a
las presas acordaron que esa noche le había llegado el turno del cazador. Este
miró al corzo sin inmutarse al tiempo que le perdonó la vida sin razón.
Aún así estaba allí para cazar.
El viejo y sabio Jabalí.
<Lluvia, lluvia impertinente y cansada que traída por el
frío y áspero viento terminará por mojar todas mis cerdas desde la cola hasta
la jeta. Que placer desprenderse del calor de esta manera. Después de darme un
buen atracón de pipas pienso llegar a la poza y darles un buen masaje de barro.
Ese corzo cobarde con el alboroto que ha organizado me las
ha puesto de punta el muy canalla. Cualquiera diría que el “hideputa” del lobo
ese es mucho más listo que yo y hasta capaz de darme muerte. Llevo tantos años
esquivando a hombres, perros, maquinas,
lazos y añagazas. No voy a inquietarme a estas alturas. Ni por un lobo, un
hombre o tal vez ambas cosas ande acechando en mi zona de careo.
Los corzos son tan exagerados, debe ser porque su largo
pescuezo los delata en cualquier siembra. Mientras nosotros mucho menos ágiles,
mas grandes y pesados andamos por donde queremos sin llamar la atención. Me
apuesto mis negros cataplines contra su regia y cursi corona a que me harto de
pipas y el lobo ni me barrunta. Soy capaz de acercarme por detrás darle un
gruñido que lo hará saltar de su atalaya y largarme después escojonao
perdío.>
El Fantasma de la lluvia.
Mientras el cochino se decide a bajar de la loma, bajo el
tupido manto de entristecidos girasoles el cazador ha sacado el rifle de su
maleta. Envolviéndose en su pesado manto se ha hecho invisible, mágicamente ha
desaparecido en el mar de pipas.
Comienza de nuevo a llover, con fuerza golpeando las gachas
cabezas de los carasoles arreciando la polifonía del campo. Sobre su cabeza se
abre un pasillo de nubes que empujan la tormenta hacia el norte respetando su
postura. Los truenos estallan muy cerca y las luces iluminan el campo con cada relámpago
de una manera tan lúgubre que parece un bombardeo.
Aún estando en medio del temporal no hay peligro alguno
porque el aire esta noche además de ocultar su olor se llevará la tormenta muy
lejos. Eso sino cambia de idea. Hace pocos días que levantó el puesto por culpa
de la tormenta pero entonces su vástago le acompañaba. Y es demasiado valioso
para ponerlo en peligro. Pero esta noche está solo y la caza se presenta
difícil. Intuye que es una prueba y debe superarla con nota así que un rayo
resultará demasiado poco para obligarlo a desistir.
Tímida, sutilmente, la luna asoma vergonzosamente por un
costado de la inmensa boina de oscuras nubes que cubre al cazador. No se
aprecia una estrella siquiera. Espera verlas por algún claro del cielo con la
esperanza de que el aire lo lleve hasta él. Pero Maese Ostro tiene otros planes
y de momento llueve. Le acaricia la cara y le susurra que aguante firme, como
suele hacer.
Un golpe sordo, una carrera segura y cercana le advierte al
cazador que ha llegado la visita. A unos diez metros a la derecha se eleva un
enorme majano que el tiempo transformó en húmedo. Todo él alberga una tupida
junquera. En ella se ha refugiado el marrano que se mueve a su antojo por sus
pasadizos. Va y viene por sus gateras removiéndolo todo, poniendo patas arriba
cada una de las hierbas. De las piedras que a su paso encuentra. La espesura le
cobija por eso cuando sale por uno de sus lados aspira el aroma mojado de la
noche. Para deleitar sus sentidos y asegurarse que está solo.
El desafío.
Continúa careando y formando escándalo, el cazador ya sabe a
quién se enfrenta por sus maneras y modales. Pesado, fuerte, tosco, desconfiado
y seguro de si mismo es un animal viejo y solo. Baja por el barranco que
flanquea la junquera y se detiene muy cerca del cazador. Este le escucha, le
siente muy cerca a su derecha un poco más bajo que él. Justo al volver
lentamente la cara repara en su error. La hierba que bordea el cauce esta
aplastada a tres metros escasos de su atalaya. Delatando la trocha por donde
saldrá el animal si se decide.
Está en un claro de la siembra de carasoles, al descubierto
con la luz suficiente para que el animal lo descubra a una distancia tan
escasa. El corazón le da un vuelco cuando le escucha sorber de nuevo el aire.
Su mano bajo el pesado y adusto ropaje retira silenciosamente el seguro del
arma. Se tensa sin mover un solo ápice su postura y sus facciones. Si sale será
difícil intentar un tiro rápido desde la cadera. Pero confía en algo mucho más
sabio que él, su instinto.
Tras un interminable momento que al cazador se le antoja un
siglo el jabalí no ha salido. La lluvia ha concedido una ligera tregua y la bestia debió
creer que precisa de su “ruidera” para cubrir sus pasos y salir al claro. Donde
las negras simientes no alcanzaron a cuajar la vida. Donde sin duda sería un
blanco fácil para cualquier enemigo suyo. También pudo ser que diferenciara el
sonido de las gotas golpeando el plástico maletín portarifle. Un sonido
desacostumbrado por aquellos lares.
El cazador se relaja un poco sin distraer su oído de las
evoluciones del suido, centrando a la vez su vista en la charca que tiene
frente a él. Ahí espera abatirlo, a unos veinte metros frente a su postura.
Porque le gusta sentirlos cerca y porque por mucho que llueva el trasegar del
animal ha de resultar inconfundible.
De nuevo la lluvia y un ligero cambio de postura para
empeorar las cosas. Repara que el mando de accionar el foco al mínimo roce se
enciende a su antojo. No ocurre nada extraño por ello, un destello blanco en
mitad de la siembra bien puede pasar por un relámpago. Caprichosos los
cambios del aire, ahora traidor sopla
terciado hacía el cazador llevándole de lleno la tormenta. La tregua ha llegado
a su fin, el viento cambió de idea. De igual forma que el agua arrecia y impide
escuchar cualquier sonido.
El cazador sigue inmóvil a pesar que llueven bombas de
nuevo, los rayos se acercan y los truenos pretenden acobardarlo sin
conseguirlo. Ni siquiera ha sacado la mano de su embozo para salvar el
bocadillo. Su esposa se lo preparó y ahora yace a su lado medio empapado sobre
su mochila. Mas lo siente por estropear el esfuerzo de ella que por quedarse
sin cenar.
Esta es su noche y tiene la oportunidad de demostrarse a si
mismo que es capaz de abatir un verraco como el más curtido de los Aguardistas.
A ellos debe mucho de lo que sabe y a ellos lo dedicará si consigue abatirlo. “Barranqueando” el jabalí ha vuelto ha colocarse esta vez a
su espalda, le rebasa y continúa hozando hacia abajo. Sube a la siembra de la
otra orilla y se detiene. Le está mirando, el animal observa por momentos al
cazador que bien puede parecerle un viejo apero olvidado. O un montón de
alpacas cubiertas al resguardo de la lluvia. No recela y vuelve a subir por el
barranco hasta su trocha.
El espanto.
De nuevo la tensión, los dedos apretando el arma y el codo
presto como resorte dispuesto a liberarse del ropaje con un simple y veloz
gesto. No sale el gorrino. En lugar de ello sube a la otra orilla y desde la
siembra da un respingo y sale arrollando todas las pipas que encuentra a su
paso. Sin duda el aire ha llevado los efluvios del predador hasta su jeta y ha
barruntado peligro. El mayor peligro de todos los que hay por aquellas tierras.
El cielo ha cesado su llanto y el jabalí se ha alejado. Tan
asustado como para poner tierra de por
medio sin dar un solo ronquido. El aire torna rumbo norte y el cazador está
dispuesto a aguantar otro rato más. Quizá no sea el sitio más cómodo del mundo.
Pero es su sitio de eso no tiene duda. En mitad del campo solo, dueño de su
destino libre como pocas veces puede
sentirse.
Otra vez la lluvia que esta vez vuelve a caer con fuerza y
señala al cazador que es la mejor hora para retirarse. Con su musical cadencia
cubrirá sus pasos y borrará sus huellas. Este se incorpora y blandiendo su
fusil arrasa con su faro el mar de gigantescas flores. Él hace isla entre los
girasoles que lo tapan anegándolo por los cuatro costados. Busca el brillo
verde de unos ojos que le ayuden a encontrar su presa entre tanta negrura.
Emite un gruñido y baja el arma, recoge sus trebejos, coloca
su manto sobre su cabeza y hombros para protegerse. Para descomponer su
delatora figura, dedica unas palabras quedas y se marcha.
Esta noche has ganado tú, la próxima vez ya lo veremos. Desde lo alto del monte el jabalí ha podido observarlo todo.
Con las cerdas de punta ha visto la luz barriendo las siembras buscando su
cuerpo para matarlo. También como ha desaparecido en la nada con el apretón de
agua. Arrollando a su paso cada metro de pipas que entraba a su alcance. Allí a
lo lejos todavía le ve entre las lluvias su tétrica silueta barrer las
siembras para buscarlo a él con la luz
de cien lunas.
El peligro Volverá.
<Maldito corzo sarasa y cobarde, eso no es lobo ni hombre
tampoco, es la propia muerte enmascarada. Invisible cuando espera, no tiene
rostro, solo un ácido y acre tufo a plumas, chuchos y lavanda lo ha delatado en
el último momento.Cuando acecha no hace ruido, ni se mueve, no esperas
encontrarlo tanto tiempo después del ocaso. No teme acercarse a
nosotros porque no es de este mundo. Es un fantasma que seguro volverá y matará
sin piedad con su palo de cien lunas.>
Poco a poco, con el cuerpo descompuesto y las cerdas tan
hincadas por el miedo que ni la densa lluvia es capaz de acurrucar. El cochino
retoma cansinamente su vereda. En el fondo de su corazón espera no tener que
volver a ver el fantasma de la lluvia pero en el fondo sabe también que
volverá.
AUTOR: @LOBACODECOLLIGA
PULICACIÓN ORIGINAL: https://cazadorenlaoscuridad.blog/el-fantasma-de-la-lluvia/
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