Después de unos años envuelto por el
hermoso y ciertamente resabiado manto del mundo de la caza, la naturaleza y, en
general, del mundo rural; he podido apreciar cierta diversificación entre la
‘gente de campo’ y los ‘urbanitas’, y es por ésto que hoy me aventuro a poner
por escrito mi experiencia y versión de todo el embrollo.
Soy madrileño de
nacimiento, toda mi adolescencia la he pasado merodeando las calles de mi
hermoso Madriz, conociendo los
lugares más recónditos de éste, sus calles, su diversidad cultural y étnica,
con mis dejes como todo gato que se
precie y ese toque de chulería que nos dicen tener los forasteros. Pero a su
vez, me he criado en pequeño pueblo de la comarca de Soria. Es el mejor
recuerdo de mi infancia y mi adolescencia. Donde
cada amanecer es especial, donde cada olor matutino del monte supera al
anterior, donde he pisado campo por primera vez ,y a día de hoy, sigo
haciéndolo, donde mi abuelo que en paz descanse me enseñó a apreciar la belleza
singular de esos parajes, de cada rinconcito de campo y a entender los mismos.
Desde La planta de Valdecara con sus tupidos
parajes de jara y encina donde alguna perdiz se deja ver, hasta La chopera de Sotos que ha servido de
parapeto a más de una y muchas codornices que escapaban de nuestros inexpertos
cachorros.
Cada uno de estos sitios cuna de lo
que soy hoy me han enseñado una variedad de cosas que, creo me convierten en
alguna especie de ‘urbanita rural’ o de ‘pueblerino de ciudad’ como
cariñosamente me tildan algunos de mis amigos. Ésto no me convierte en nadie
especial ni mucho menos, pero sí me ha ayudado a relacionar los problemas más
banales, muy presentes la mayoría en las grandes urbes, con aquellos más
puramente arraigados y duros que sólo se perciben en la vida de pueblo y campo.
Cualquiera que se vea en mi situación sabrá a qué me refiero.
La caza, el campo en general, te hace
ver la crudeza de la realidad, acercarte a aquello que más puramente somos y
más arraigado en el ADN tenemos. Empezaría por el afán de superación física:
los madrugones, leer y conocer bien el terreno que bates, subir grandes cerros,
patear monte arriba y abajo,orientarse, pistear un bando durante
kilómetros con tu incansable y fiel compañero, las caídas y un sinfín de
experiencias que todos, o casi todos, que somos cazadores conocemos, hemos
sufrido y aún sufrimos en cada jornada. Hasta aquí lo ‘fácil’ del asunto, es
cuando intentamos poner medida al aspecto ético de la caza cuando se trunca y
se enrevesa todo.
Para entender la caza, lo primero que
considero debes comprender es el concepto ‘vida antes que muerte’. Y aunque
pueda parecer una obviedad es aquí donde esta expresión toma sentido. El
principio de la caza es y debe ser la conservación del medio, de la flora, la
fauna y su cuidado. La totalidad de la biocenosis en la que nos vemos
implicados tiene que estar cuidada y cuadrada al milímetro como primera medida
del ser humano al pertenecer a un eslabón de conservación del medio. Éste es el
primer paso para asegurar la diversidad de flora y fauna. Es lo primero que
debe de ser un cazador: conservacionista, crear y mantener la naturaleza como
ella sabiamente es y requiere. Y no sería así de no tener a nuestros maestros y
tutores grandes conocedores y fuentes inagotables de sabiduría respecto a la
misma. Establecidas estas bases, ya puedes enfundarte en tus botas, coger tu
morral, escopeta, canana y perro y, en su debida desveda, echarte al monte.
Aquí es donde entra el factor ‘muerte’.
No es ni de cerca el objetivo último
de la caza, es un medio en la cadena de actuaciones en la propia. El bien más
preciado de cualquier ser vivo es su vida, por eso antes de tomarla, se tiene
que entender que el sufrimiento es innecesario y, en la medida de lo posible,
evitable. Que tú juegas tus cartas y las piezas las suyas, y usar la capacidad
lógica y de raciocinio que nos diferencia como especie únicamente para poder
abatir de la manera más ética y moral posible. No somos más que el águila que
mata un conejo, ni del zorro que arrebata a la patirroja un par de sus
perdigones, somos un depredador más.
Hay muchísimos factores los cuales
perjudican al campo, a la caza, a la pesca, el silvestrismo, en general al
mundo rural que requieren de libros enteros para ser criticados y puestos en el
punto de mira. No obstante eso es otro menester, mas no se debe olvidar que
existe y tiene que ser tratado igual (pesticidas, escopeteros, métodos de
cultivo, expansión de zonas urbanas, caza sin cupos y desmedida,
furtivismo,etc).
Seguramente a todos nos han llegado a
tachar de asesinos, maltratadores y muchas cosas más. La ignorancia es un
cáncer (entre muchos otros) de la sociedad en general, como la desinformación y
la manipulación. Pero debemos entender que solo practicando esta hermosa
afición de la manera que tiene que ser realizada, conseguiremos el
reconocimiento o simple respeto que un cazador de verdad merece. Aquel que
desconoce todo ésto atacará lo que por desgracia, le es dado, a la manipulación
de información, a los casos de mal uso de redes sociales por parte de,en mi
opinión, algunos muy mal llamados cazadores. ‘Cuando el dedo apunta al cielo, el tonto mira al dedo’ es como yo vulgarmente resumo todo este compendio de ignorancia y
capacidad de juicio propio.
La caza debe mostrar esta realidad no
por una necesidad de aprobación egocentrista, sino por frenar la marabunta
ignorante que ataca a uno de los principales eslabones en la cadena de
conservación del medioambiente. Esta labor es del colectivo, el acercar el
campo a aquellos que quieran conocer sus secretos, a enseñar a la gente que al
provocar una muerte con un fin, la misma debe ser tratada con el máximo cuidado
y respeto. Entonces podrán entender por qué se nos erizan los pelos de la nuca
cuando un cochino rompe monte, con el arranque de una perdiz, con una muestra
del más fiel y generoso amigo del hombre. El por qué de los madrugones para ver
a los amigos y viejos conocidos del pueblo, de las comilonas y celebraciones
aún no habiendo cazado nada. El por qué del aprovechamiento gastronómico de las
piezas de caza y el económico de la actividad en general, en fin, de todo ese
cledo de factores que solo aquellos que los hemos vivido en nuestras carnes
podemos, a duras penas, llegar a describir con palabras y como un gran sabio,
amigo mío, ora en uno de sus libros: ‘la caza, desde el principio y desde los
principios.’
Autor: Sergio Izquierdo Ruiz
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