Como cada sábado nos reunimos la cuadrilla para disfrutar de una nueva batida al jabalí y al corzo. Sobre las 9:20 arrancamos hacia el cazadero que nos tocaba ese fin de semana. Era 25 de agosto, desde primera hora el calor ya hacia acto de presencia en el monte para mal estar de perros, perreros y cazadores.
Un perrero avisaba de que los perros estaban sobre rastro reciente de los jabalíes, y a los pocos minutos empezamos a escuchar a los perros cantar a parado. Varios jabalíes son sacados del encame y se empiezan a suceder los lances. Mi padre se hace con un jabalí de 60kg en un lance rápido y muy emocionante, Juanjo que estaba en la postura contigua se hace con otro jabalí de porte similar.
Yo me empezaba a desesperar viendo como mis compañeros tiraban a los animales o viéndolos pasar a lo lejos. La mañana avanzaba y el calor seguía haciendo de las suyas, los perros ya daban muestra de agotamiento tras las muchas carreras detrás de los jabalíes.
Un compañero avisa por la emisora que un corzo de buen tamaño ha pasado, bastante tapado, por su postura haciendo imposible el disparo por no poder distinguir bien su sexo. Como amante del corzo que soy estaba deseando que la fortuna me sonriera y se diese la suerte de que un bonito macho se dejara ver por la postura que yo ocupaba.
De repente oigo que un perro viene ladrando hacia mi parada, me dispongo a quitarle el seguro a mi benelli argo y me preparo a esperar al animal que se encamina hacia mí. Una raposa aparece por el robledal al paso. El astuto animal venia corriendo y al llegar a escasos 10 metros de mi, corta en seco y se va por mi derecha.
Nuevo encame encontrado por otro de los perreros, los perros entran y dice que el animal no sale, está dándole estopa a los perros. Es grande es grande, dice Ismael, el perrero que acaba de dar con el verraco. Escuchamos varios disparos y escuchamos a Ismael decir que ya estaba muerto el jabalí. El macareno vende cara su vida dejando varios perros con heridas, fruto de la pelea con el animal.
La calma vuelve al monte, el silencio se apodera de los cazadores después de haber disfrutado, aunque sea de oído por las emisoras, de los lances de los compañeros.
Las 11:37, la quietud del monte se ve interrumpida por otra ladra de los perros de Arsenio. Informa de que los canes van con una pieza pero no sabe con qué van. El animal pasa por dos posturas y ninguna puede ni tirarle ni ver que es, la mancha es muy sucia, y de nuevo la ladra se encamina hacia mi postura. Veo un corzo, viene despacio, trae ventaja a los perros, y escucha el monte a su alrededor.
Levanto mi rifle y por el visor veo que es macho, genial, un corzo macho viene hacia mí, y me tiemblan las piernas. Se acerca, escuchando a los perros que aunque vienen lejos, no cesan en su aproximación detrás de la pieza. Y de repente el estruendo del 30.06 crea un clima de incertidumbre en los cazadores.
La emisora se llena de preguntas sin respuesta. ¿Los has matado?, ¿que era? , ¿es grande o pequeño?.
El animal está a escasos 25 metros de mi. Muerto. Me acerco y al fin lo veo delante de mí, es un animal muy bueno, para haberlo matado en los montes galaicos y más aun en batida. Estoy emocionado por que es el corzo más grande que he matado en mi vida. Los perros llegan al animal y los mando de vuelta para que no se ceben con el animal.
La batida acaba a escasos 20 minutos del abate, todos procedemos a marcar los animales abatidos con los respetivos precintos y los arrastramos a la carretera más próxima. Llega Ismael, que además de ser perrero es el jefe de la batida me felicita por el animal y me dice que es un gran corzo y seguro dará medalla.
A la llegada a la junta, la cuadrilla unida, descarga los animales para hacer las fotos pertinentes. Se empiezan a suceder las felicitaciones a los afortunados mientras varios compañeros preparan los animales para guardarlos y en futuras cenas, disfrutar de ellos en la mesa. El día de caza llega a su fin con buenos recuerdos y un lance que en mi cabeza reviviré todas las veces que mire a la pared y vea el trofeo, que con 468 gramos arrojó bronce alto.
Autor: Alejandro Alvarez González
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