Esta historia no
tiene fotos ni dedicatoria, en su lugar guarda un profundo respeto hacia la
vida, la muerte y el espíritu del monte que vive dentro de algún@s de nosotros.
El juego es así de cruel porque no es un juego. Es algo tan
real como la propia muerte. Es la vida aquí en mi Sierra donde impera la ley
del monte la única verdadera que conozco.
Repitiendo puesto, esperando uno grande.
Oculto en la misma siembra donde las cada vez más secas,
ruidosas y tostadas tortas de girasol al tiempo me camuflan y esconden. Donde
hace apenas cuatro días con nocturna alevosía receché a los Lechones. Esta vez
con el rifle para intentar tumbar al “ufalo” que deja sus zapatos marcados en
el barro de la charca.
Mientras anochece los tejones rebuscan mi rastro
malhumorados. Cruza por el vado un conocido coche pasando a escasos metros de
mi atalaya. Ni me barrunta ni me descubre. Yo tengo el mío a quinientos metros
y también he caminando cruzado el vado del pequeño y seco riachuelo.
Escoltado por sendos robles ocupando el lugar de la chopera
que sin duda medraría en aquél lugar si el agua corriera por su viejo cauce. El
rastrojo a ambos lados del vado convierte el reseco paso en un cruce de
caminos. Un cruce de animales, vehículos y gentes montunas.
No hay señales de los “cochinetes” ni aunque las hubiera
serían mi objetivo como nunca lo fueron. He venido a llenar el arcón y si tiene
buenos piños los guardaré. Con ellos haré yo mismo el collar que prometí a mi mujer con el primer macareno
que tumbara.
Pasa una hora, dos, tres y ni rastro de vida gorrinera. Ni
siquiera el corzo acatarrado del otro día se ha dignado a “ladrusquear”. Llevo
solo tres balas de las cuatro que me quedan, con una sola debería bastarme. La
linterna frontal se me olvidó pero no lo echaré de menos con la “lunaza” que va
a lucir dentro de poco. Saldrá por mi espalda y de seguro no me descubrirá.
Pasa otra hora y aunque los “siento” cerca no los veo, tengo
el presentimiento que andan por aquí pero barruntan algo. No se fían y de
momento no osan arriesgar el pellejo.Cuando el reloj del pueblo marca las doce
yo levanto puesto.
Están muy cerca pero no se dejan ver.
Estoy más que convencido que están muy cerca pero no darán
la cara. Recojo la silla, la mochila y salgo de la parcela arrollando las pipas
con estrepito. Normalmente salgo en silencio pero hoy tal vez por ser la última
espera y no poder volver en meses delato mi posición sin recelos.
Una de esas veces que actúo sin saber muy bien porqué. Con
la certeza de que servirá de algo aunque no tenga una idea clara del objetivo.
Todavía no he recorrido cincuenta metros en la leve
semioscuridad que la luna me presta. Por el mondo rastrojo hacia el vado cuando
“siento” un movimiento justo enfrente. Al pie de los robles que cercan el
riachuelo reseco que debo atravesar. Me acerco sin apretar el paso y a unos
sesenta metros se escucha otro refregón más fuerte, otro gruñido. Enciendo y la
estampida es instantánea. Son cinco y para mi gozo la primera es una enorme
cochina que hace de guía y de madre.
La desbandada.
La piara se me viene encima como un cercanías en perfecta
formación con la enorme jabalina a la cabeza abriendo la marcha en dirección al
monte. Pasa a escasos metros de mi y la dejo escurrirse sin apuntarla, cojo el
codillo del primer “Lechón”. Rondará los cincuenta kilos, pongo el punto rojo
del visor en su morro y castaña. Sigue corriendo ante mi asombro, disparo sobre
el segundo y tampoco cae aunque estoy seguro de haberle acertado.
Apago para que la noche me engulla, para que me oculte, para
escuchar mejor. Los escucho trepar cruzando un escarpado monte hacía el coto de
al lado. Un doloroso bufido me advierte que al menos uno no ha podido seguir y
meto la última bala en la recámara. Escucho la renqueante bajada del jabalí al
rastrojo unos ochenta metros delante mío.
Con el foco apagado lo oigo resoplar y caminar despacio
hasta que lo apunto. Enciendo y veo como se dirige al mismo barranco que he de
cruzar para volver al coche. Un segundo antes de que baje le apunto, le envío
la última píldora y aún estando casi parado no hace mención de recibir.
Me quedo a oscuras y sin munición, sin frontal que ilumine
mis pasos y con un cochino herido oculto en el barranco que he de cruzar. Que
descubrirá mi posición exacta en el momento me mueva y haga ruido. Recojo las
vainas y traspaso el oso negro de la mochila al cinto.
Emprendo la marcha con la tensión y las orejas clavadas en
los ruidos que salen del estrecho barranco. Al llegar al coche me dan ideas de
coger la otra bala que queda e ir por el bicho pero desisto. Si está empanzado
como creo podríamos tener un percance. De echarle los perros no me fio “ni un
duro”..
Al rayar el Sol me levanto y con una barrita energética
entre los piños que hará las veces de desayuno. Arranco mi “lanrober” con rumbo
al “barranquete” a cobrar mi jabalí. Estoy seguro que esta empanzado y a estas
alturas tieso pero aún así echo la escopeta. Me acompañan mi hijo y los dos
perros.
La lección.
Cinco minutos y dos kilómetros después aparco tras pasar el
vado a escasos metros donde anoche anduve tirando tiros. Aquiles con su collar
y traílla de rastreo nuevas se ve espléndido en su debut. Se niega a caminar
cuando ve en mis manos la negra y ruidosa escopeta. Conoce sus truenos de
acompañarme “a palomas” y barrunta que hacen mucho daño.
Lo cojo y lo llevo hasta el primer restregón de sangre y se
pone a rastrear de inmediato hacia el barranco donde debe estar el cochino. Le
sigo y bajo tras él, sale a cortar el rastro por la orilla opuesta. Dos metros
más adelante vuelve a bajar al reseco cauce ya con la traílla suelta y
arrastrando. Aprovecho para agacharme e intentar vislumbrar el cuerpo del
jabalí pero no logro ver nada. Las zarzas forman una espinosa y oscura bóveda
que ni la luz osa atravesar.
Salgo y me adelanto con la nada agradable sospecha que está
metido en lo más frondoso del pequeño cauce. Diez metros más adelante mientras
Aquiles entra y sale tropezando con rastros viejos y nuevos lo veo. Está vivo,
el estómago me da un vuelco. Sin pensarlo dos veces meto una bala en recámara.
Tapando el bicho disparo hacía su cabeza intentando cortar su huida.
Es tal mi ansia por terminar con su sufrimiento que fallo
como un imberbe novato. Respiro hondo y lo sigo mientras sale al rastrojo para
cortarlo lo antes posible y evitar que Aquiles llegue hasta él. Avanza
renqueante pero decide salir al descubierto. Más por huir que por enfrentarse
conmigo.
Me coloco frente a la gatera por donde aparece agotando sus
fuerzas. Es precioso, soberbio con las orejas enhiestas y toda la dignidad que
ha sido capaz de guardar mientras le sangraba la vida. A tres escasos metros le
apunto al ojo y lo dejo seco volteándolo con un brutal y cercano escopetazo.
Necesito alejarme para digerir la lección de humildad que
termina de darme este bicho. Con el
ánimo medio descompuesto cruzo el vado entre los árboles para llegar al coche.
Mientras, veo de soslayo como Aquiles llega al cuerpo y toma posesión. Mi chico
algo alarmado me pregunta que ha pasado y le digo que está muerto. Que suelte a
su perro y vaya que yo iré enseguida con el coche para cargarlo. Guardo la
escopeta mientras respiro hondo e intento recuperar el aliento, la vergüenza
por la chapuza de dejar malherido un animal me acompañará el resto del día.
Ya en casa el ritual de siempre se repite. Esta vez la
alegría de llevar carne a la cueva es tristemente empañada. Al ver la horrible
herida que atraviesa los dos jamones y pulveriza el fémur de mi presa. Resultó
ser una cochina muy bonita. Arocha pura, maciza, corta, escurrida de los
cuartos traseros, con joroba, crin y el rojizo pelaje a medio cambiar.
Meses más tarde en el banco de tiro descubrí que mi rifle
desviaba cuarenta centímetros a la derecha. Suficientes para explicar los dos
anteriores fallos y la chapuza de la noche anterior.
Aquel día aprendí que el aplomo y el arrojo de tirar una
piara a diez metros se esfuma tras la dignidad de la mirada del jabalí herido.
Justo un segundo antes de dispararle en la cabeza.
AUTOR: @LOBACODECOLLIGA
PUBLICACIÓN ORIGINAL: https://cazadorenlaoscuridad.blog/el-desenlace-entre-bestias-iv/
No hay comentarios:
Publicar un comentario