Ya con siete años acompañaba a mi padre al puesto para montear, una fotografía en blanco y negro, de un niño metido en el hueco de una vieja encina para resguardarlo del frío en una dehesa cordobesa, da fe de ello. Hablo de mediados de la década de los sesenta del pasado siglo, época en la cual nació mi pasión por la montería.
Vinieron después muchas
jornadas monteras más, siempre acompañado de mi padre Juan Sánchez Iñigo, mi
tío Lalo (Eulalio Sánchez) o algún viejo montero como por ejemplo Juan de
Velasco y López de Letona, con los cuales aprendí, o eso creo, los misterios y
secretos de este antiguo arte que es montear.
Poco a poco conseguí que
me dejasen disparar a las reses con mi escopeta del calibre 16 una Víctor
Sarasqueta de los años cuarenta con unos preciosos grabados, eso si, siempre
acompañado en el puesto.
En la finca cordobesa de
Fuentevieja, donde según se indica en el libro “Montear en Córdoba” de Mariano
Aguayo (Ed. 1993).- Págs. 61-62 – “Pasado el tiempo, tuvo su asentamiento en
Fuentevieja una de las sociedades de monteros cordobeses con mayor solera. Eran
Matías García Mateo, los hermanos Antonio y Enrique Barroso, Manolillo García,
Rafael El Cordobés y Eulalio Sánchez, que era el que actuaba como jefe de campo
y llevaba la finca”, fue donde un cinco de noviembre de 1970 maté mi primera
res con 13 años, un bonito venado con ocho puntas que me hizo novio e ingresar
como nuevo montero. A partir de ahí y hasta hoy han pasado casi 42 años, toda
una vida.
Los años setenta
significan para mí los mejores si hablamos de monterías, mi tío Lalo, pionero
de las monterías comerciales en Córdoba, me llevó con él a las mejores
monterías que recuerdo, La Piedra de la Sal, Mañuelas y El Águila, La Onza, La
Loma de la Higuera…, tiempos que ya no volverán y que tuve la suerte de
vivirlos, conocer el final de una edad del oro de la montería tradicional
española.
Ya en los ochenta, mi
padre, mi tío Lalo, Hans K. Schmockh y Jan Harás alquilaron la finca La Loma
del Majano, entre Montoso y Cardeña, en Córdoba. Por aquel entonces aún sin
malla cinegética.
Los estudios que me
hicieron desplazarme a Madrid, o el ejercito que me tuvo un tiempo por tierras
africanas en Melilla, hizo que no pudiese apenas asistir a alguna montería,
pero si a la que corresponde la fotografía que encabeza este artículo que le
hice a mi padre matando un cochino, con la suerte de poder captar el momento
exacto del disparo con mi cámara Olimpus, el impacto en la res y hasta el
casquillo vacío aún en el aire. Fue en el puesto nº 2 de la armada del Collado
del Lobo de la finca La Loma del Majano.
A partir de aquí las
secuelas del infarto de mi padre y la retirada de mi tío Lalo de las monterías
hicieron que abandonase las monterías hasta principios de la primera década del
presente siglo en la cual volví.
En los noventa falleció
mi padre con 65 años y después mi tío y me quedé con la pena de que mi padre no
me hubiese podido acompañar más a montear.
¡No pudo ser!, la vida
nos da estos sinsabores y nos deja con la pena eterna de no poder hacer lo que
hubiésemos deseado con toda nuestra alma, dejando sin terminar un deseo, aunque
la edad me hace comprender, ahora, lo que en mi juventud no comprendí. Ya pasó
los tiempos en que era un “agonía” queriendo abatir, que no cazar, más que
nadie.
Hace tiempo que aprendí
que lo importante es el lance, los amigos que te rodean para pasar una buena
jornada de caza, en esto que para mí no es una afición, es una forma de vida,
una pasión que me hace aún no poder conciliar el sueño la noche antes de
montear, que me de la vida el pisar una dehesa, oír un agarre, escuchar las
voces de un perrero y sentir que se me sale el corazón al escuchar el romper
del monte de una res, aún a pesar de los cientos de monterías ya vividas.
Pues nada padre, sé que
estás viendo lo que pasa por aquí abajo desde esa traviesa de allí arriba donde
seguro que estarás con tu hermano Lalo, con tus amigos Paco Fernández, su hijo
Pepe, Pepe Prieto y tantos otros cazadores y monteros que siempre seguirán
vivos mientras alguno de nosotros los recuerden. Gracias por enseñarme los
valores por los cuales me he regido.
Solamente tenemos una
certeza en este mundo, la muerte, y por ello sigo teniendo a pesar de mis años
la alegría y la felicidad de ver nacer cada día con una nueva ilusión.
No te olvido padre.
Tu hijo.
AUTOR: FÉLIX SANCHEZ @felixsm
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