A TI, QUE NO ME ENTIENDES

Querido Pablo:


Aquí estoy, delante del venado que hay colgado en mi habitación y por el cual me llamaste asesino.


Tú quizás veas la cabeza de un animal como otra cualquiera, nada más. Yo, por el contrario veo tiempo, dedicación, esfuerzo y sobre todo respeto, además de muchos otros detalles que conllevan el abatimiento de un animal salvaje.


Si echo la vista atrás, recuerdo cada momento que viví antes y después de colgarlo en esta pared.


Cuando miro a este venado, me viene el olor a tomillo, jara y romero. Escucho el agua bajando por el cauce del río y el silbido del viento chocando contra las encinas, mientras siento la tranquilidad de un atardecer. Mis piernas se cansan al recordar tantos kilómetros recorridos en su búsqueda y se me acelera el corazón deseando que acabe la semana para poder volver a pisar la tierra mojada, respirar el aire libre de contaminaciones y sentir la libertad que solo el monte es capaz de darme.


 Se me vienen a la mente los miles de cafés que tomé en el único bar del deshabitado pueblo en el que se ubica mi coto. Recuerdo las sonrisas de Javier y Marcela, dueños del bar, cada vez que nos veían entrar por la puerta, agradecidos por nuestra fidelidad. También sonreía Luis, el de la gasolinera: “Este año al ritmo que lleváis, no vais a tener ni para papel higiénico”, nos decía, consciente de que nosotros, como cazadores, somos capaces de escatimar en todo con tal de poder pasar más tiempo en el campo.


Como no acordarme también de las comidas con Carmen, esa abuela “olvidada” cuyos nietos no tenían tiempo suficiente para ir al pueblo y que, a cambio de compañía, nos preparaba las setas que habíamos recogido en nuestros largos días de gestión y mantenimiento.


Por supuesto, no me olvido de aquellas tardes enteras leyendo el campo y echando de comer a las reses. Es imposible borrar las amistades y los lazos creados y todos aquellos ratos que quedarán grabados para siempre en mi memoria y que tanta experiencia me aportaron, permitiéndome conocer cada vez un poco más sobre mi pasión, el campo.


Tampoco puedo olvidar los momentos vividos junto a mis perros, educándoles y enseñándoles lecciones que dieron sus frutos a la hora de cobrar el animal, logrando así evitar al máximo su sufrimiento.


Recuerdo especialmente un domingo de septiembre, cuando, 10 minutos antes de que sonara la alarma, mis manos ya acusaban el frío de la mañana. Impaciente, no había sido capaz de esperar y, aunque la noche todavía era cerrada, ya andaba entre encinas y alcornoques. Mis piernas sufrían la “paliza” del día anterior pero mi ilusión no me permitía frenarlas.


Las horas iban tocando todas las posiciones del reloj y el sol, en lo más alto, no daba tregua, pero todavía estaba lejos del pico de la montaña. Ese día conocí mis límites, supe donde estaba mi cima y me di cuenta de que, aunque mi cuerpo quisiera descansar, mi cabeza era capaz de darle las fuerzas necesarias para llegar a la meta.


Cada vez que lo miro, querido Pablo, me acuerdo de la primera vez que lo vi o, más bien, de la primera vez que supe de su existencia. Fue cuatro años antes de lograr cazarlo, cuando, recién terminada la berrea, apareció un venado muerto. Al principio me costó entender la razón, di mil vueltas a la cabeza, pensé todo tipo de teorías: furtivos, sarna, lobos… Pero el cuerpo ya había sido comido por los buitres y no se podían apreciar bien los síntomas de la muerte. Seis meses más tarde me encontré con un desmogue que puso solución al misterio: se trataba de un animal defectuoso.  Una de las cuernas crecía sin puntas y a la hora de luchar era como un sable, resultando mortal para sus oponentes y ese venado que encontré muerto no fue su única víctima. A lo largo de estos cuatro años han sido varios los venados encontrados en la misma situación, viejos y jóvenes, grandes y pequeños.


Por esta razón, se convirtió en una obsesión entre los miembros del coto, incluso llegamos a organizar una partida de caza entre todos los cotos de la zona. Ese venado era un peligro para la conservación de la especie en un lugar, donde, gracias a gestiones como ésta, la población va en incremento.


Te puedo asegurar que aquel día los perros trabajaron de maravilla moviendo la caza y casi todos los puestos disfrutaron de ese pequeño placer que no todo el mundo entiende que es ver a un animal salvaje en su hábitat. Sin embargo, nadie apretó el gatillo porque el objetivo no apareció.


Recuerdo también ese día en el que, una vez abatido el animal, reunimos a la gente de la zona y organizamos una comida popular. Vinieron familiares y gente de fuera. No sabes la satisfacción que produce ver ese pueblo fantasma con tanta vida y el orgullo que supone saber que, gracias a lo recaudado, se hicieron las reformas necesarias para el desarrollo del pueblo.


Pablo, la caza no es pegar tiros al azar, la caza es gestión, búsqueda, tiempo, conocimientos y recuerdos. La caza son madrugones y noches en vela. La caza te quita el sueño para soñar despierto. La caza te enseña tus limites y te ayuda a romperlos. La caza es muerte sí, pero también vida. Por eso, además de amante de la naturaleza puedo decir orgulloso que soy cazador.


 Ahora, cuéntame tú, ¿qué haces por la naturaleza? ¿Cómo ayudas a mantener la vida salvaje? ¿Qué aportas para evitar la despoblación rural?


Cuando quieras contestarme, ya sabes dónde puedes encontrarme, entre pinos y encinas, arroyos y lumbres, ovejas y jabalíes… Estaré en la que siempre he considerado mi verdadera casa, lejos de urbanizaciones y tiendas masificadas, rodeado de gente que, por el campo, ni siquiera los domingos descansa.


Autor: Pedro Mairata @thehuntervibes




No hay comentarios:

Publicar un comentario