Algunos ya me conocéis, otros quizás no, yo soy Mariló.
Aunque los mensajes que recibo de desprecio y amenazas no son pocos por el simple hecho de tener la suerte de entender la caza y poder vivirla, aquí estoy de nuevo defendiendo lo que de verdad me importa.
Se que el término caza y cazador para muchas personas es sinónimo de asesino, de muerte, de sufrimiento… y sin embargo para mi es todo lo contrario. Para mi caza es vida, es alegría, es paciencia, es emoción, admiración, dedicación… y es que la caza no sólo es el hecho de salir al campo en busca de animales y matar lo primero que se mueva, como me han llegado a decir a mí en varias ocasiones. ¡¡NOOO!!, la caza tiene sus leyes, y puedo asegurar que son las leyes que más se respetan.
También puedo asegurar que el cazador o cazadora en general es aquel que cuando va al monte ve rastros y sabe de qué son. Va fijándose en todas las madrigueras, en los árboles zollados de los jabalíes, las bañas, los terrenos levantados, aquel que busca nidos y que además no todos los pájaros los ven igual, sino que sabe diferenciar entre una especie y otra.
Cazador es aquel que se desvive por el campo, y es que el campo no entiende de vacaciones, ni de fiestas, ni de fines de semana. Cuando hablo del campo me refiero, entre otras cosas, a los animales que en él se crían, y es que por muy raro que pueda parecerle a algunas personas, sin ayuda de todos y cada uno de los cazadores, estos animales no se criarían igual. Puede que haya quien se pregunte el porqué de esto, la respuesta es fácil, los cazadores son los que facilitan bebederos en los que nunca falta el agua, son ellos los que le facilitan comida donde ésta es más escasa para que los animales no mueran de hambre.
Los cazadores también son los que en estos tiempos ven conejos malos con mixomatosis, o la enfermedad de los ojos como mucho la conocemos. A ellos se los coge y se los cura para después volver a soltarlos y que se sigan viviendo. Los cazadores son los que viven por y para ellos.
Detrás de cualquier tipo de cacería hay mucho más de lo que se ve, hay mucho tiempo, dedicación, hay mucho papeleo, calentamientos de cabeza, mucho trabajo, pero lo que de verdad hay es mucha pasión.
El mantenimiento de las armas, de los permisos, de los cuatro o cinco perros que tengas o de las rehalas no es nada fácil ni barato, pensad tener unos 25/30 perros (e incluso más) el cuidado que necesitan, el tenerlos a todos en regla, con chip, vacunas, cartillas, etc. Evidentemente que no le falte el agua ni la comida. Mantener los corrales limpios, cuidar las perras parías para que no le falte de nada ni a ellas ni a sus crías. En definitiva, tenerlo todo bien para cuando lleguen las monterías… y además estar siempre criando por si en mitad de una batida nos encontramos con un jabalí de los que tienen grandes cuchillas, de esos de los que se escuchan a los demás rehaleros “¡¡corre corre que se escuchan perros heridos!!” Corriendo llega el rehalero para abatir el jabalí para que no le haga más daño a sus fieles compañeros.
Ellos día tras día, por nosotros, se juegan la vida, y nosotros también lo hacemos, incluso algunas veces nos toca cargar con ellos hasta el fin de la montería y cuando llegamos al coche le curamos las heridas. A veces la mala suerte nos acompaña en el día y tenemos que despedirnos en mitad de la batida, de aquel perro tan bueno que al corral no volvería por su fuerte valentía.
Esto es un resumen de lo que es la cacería así que sino la entiendes no te metas en mi vida y no me llames asesina.
Autora. Mariló Aranda
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