Era 13 de enero, una mañana gélida en la que los nervios se apoderaban de mi, era la primera vez que iba de Montería sin mi padre e intuía que ese día iba a ser muy distinto.
En la noche de antes apenas podía estarme quieta, recuerdo que dormí en casa de mi abuela y no dejaba de decirme que me estuviera quieta y callada que al día siguiente iba a estar muy cansada, hice oídos sordos y me puse imaginar cómo iba a ser el día...
Di alguna cabezada durante la noche, pero entre cabezada y cabezada solo veía jabalís y mil lances distintos para abatirlos. Una hora antes de sonar el despertador yo ya tenía todo preparado y estaba impaciente por irme, cuando mi abuelo se preparó colocamos la escopeta y demás cosas en el coche.
Cuando él ya había arrancado el coche, mi abuela me acercó el bocadillo que si no se me olvidaba, no tenía la cabeza como para acordarme de eso. Nos dirigimos hacia Culebras, el pueblo donde se organizaba la montería. Saludé a los compañeros y nos pusimos a debatir como se iba a dar el día.
Era la hora del sorteo, y como no, llegaba de las primeras personas,no podía esperar más para saber dónde iba a pasar la mañana. Me tocó el puesto número 20, en la armada del cierre Sotoca y tenía como postor a Roberto. Pregunté como era el puesto y me dijeron que ese siempre tenía suerte y qué iba a a ver algo sí o sí, y que lo de matar ya dependía de la puntería de cada uno. Me eché reír y dije que ya se me hacía suficiente con ver algo.
Al rato de terminar el sorteo, cada persona se reunió con su portor para dirigirse al puesto correspondiente. Estábamos de camino, le escribí a mi padre allí ya que en el pueblo no había tenido cobertura, y le dije que puesto me había tocado, y me deseó suerte y también me dijo que sobre todo tuviera mucho cuidado con los nervios que son muy traicioneros.
Por fin llegamos al lugar y nos fuimos andando hasta el puesto correspondiente. Ya allí colocamos las cosas, desenfundé la escopeta y la cargué, ya solo tenía que esperar, ya que la suerte ya estaba echada.
Iba pasando el tiempo y cada vez tenía menos frío y más nervios. Mi abuelo no para de repetirme que me tranquilizara y qué pasará lo que tuviera que pasar. De repente se escuchó el crujir de las matas y pensé entre mí ya está aquí. Le vi una especie de pelo brillante entre las ramas y arbustos y mi abuelo no hizo otra cosa que decirme que le dispara ya, a lo que le respondí... cuando salga lo limpio le tiro que entre las matas no veo nada abuelo. A salir de las matas me imaginaba un gran navajero y era el hombre del puesto de al lado que supuestamente se aburría y vino a hablar con nosotros. Con toda la rabia del mundo le invite amablemente a que se fuera a su puesto para poder seguir disfrutando del día y para esperar al jabalí que tanto soñaba con matar. Me puse a comerme el bocadillo que me había hecho mi abuela y a esperar a que la próxima cosa que viniera al puesto fuese un jabalí y no una persona.
Pasaba el tiempo y no oía más que tiros a lo lejos, pensé pues vaya día que llevo con la ilusión que tenía. De repente el hombre que vino a mi puesto disparó y dije entre mí ya está aquí, es mi turno. A los segundos oí como venía, no podía parar de temblar y mi abuelo no dejaba de mirarme, le leía la mente y sabía que tendría que tranquilizarme. Cuando lo veo venir, un jabalí de 70 o 80 kg, efectué mi primer disparo y le di al suelo, menuda nube de polvo, el jabalí seguía corriendo y le volví a disparar esta vez no le dí al suelo sino que le dí a el. Se quedó durante unos segundos parado, se sacudió y siguió su camino. Mi abuelo con cara de felicidad pensó que estaba a unos metros muerto así que decidió buscarle y yo me quedé en el puesto pensando si lo habría matado o no.
Efectivamente no lo encontró así que esperamos a que viniese Julián (uno de los rehaleros) para ver si lo había visto y en el caso de que no lo hubiese visto para que prestara más atención. Era ya la hora de irnos y no había visto nada más y al jabalí no lo veían por ningún sitio. Nos dirigimos para culebras a comer y mi abuelo le contó a cada una de las personas que había allí, lo que había sucedido en el puesto. Algunos se alegraron, sin embargo, a otros les dió mucha rabia no haberle encontrado.
Terminamos de comer y no se había matado ni un solo jabalí, hasta que en el carro de los perros trajeron uno, pero no era el mío, un jabalí grande que supuso la muerte de algún perro. Me despedí de los compañeros y me fui a mi pueblo, estaba agotada pero tenía muchas ganas de contarle a mi padre y a mi abuela como había sido el día, en cuanto llegue corrí para contárselo y entre risas me dijeron que tenía que afinar un poco más mi puntería para que la próxima vez no lo dejara herido. Ese día se me quedó grabado en la memoria, jamás se me olvidará, al igual que ese jabalí.
Autora: Ana González - @anagonbe
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