Mira el vídeo y la crónica de este día aquí.
Estaba duchado y con el pijama puesto, llevándome a la boca unas ricas nueces bañadas de chocolate que aquel mismo día había comprado a Jesús, mientras miraba la televisión junto a mi esposa, en ese momento de calma y restablecimiento de la cordura que a toda pareja joven y con niños pequeños les llega una vez consiguen quedarse a solas tras dormirlos en sus camas y cunas. Era sábado por la noche y no teníamos perspectivas de madrugar el domingo, y se podía entender aquello como un llamamiento a la relajación y a la evasión de la mente, pero mis manos reflejaban otra cosa bien distinta.
Como el agua del vaso en la famosa escena de Parque Jurásico, mis manos seguían temblando, a mi mujer se lo quise mostrar, pero ella sí había alcanzado su momento de relajación absoluta y al parecer la degustación de las nueces la estaban llevando a otra dimensión con lo que no podía contar en demasía con ella. En cierta manera era entendible, y además poco me iba a ayudar, aquella temblera no era por ninguna enfermedad, la causaba un estado de nervios que evolucionó desde los días previos y a la finalización del hecho en sí que los habían originado aquella misma tarde, hacía pocas horas.
Hubo sentimientos de todo tipo, pero el que me tenía preso en aquel momento era el de estar abrumado. Aquel día entendí lo que significaba aquello en el sentido más amplio de la expresión, sobre todo en el momento que tras estar tranquilo como ya he comentado y habiendo finalizado todo, seguía sin superarlo. Me costó algunos días de hecho. Y a cuentas de qué todo esto, ¿por una montería? Después de cientos de monterías a mis espaldas, muchos puede que no me creerían si respondo que sí, pero lo de aquel día fue increíble y desde luego difícilmente se irá de mi memoria.
No puedo negar que la caza, y muy especialmente las monterías hoy en día aún me ponen nervioso en los días previos, y que vivo con pasión todo lo que rodea a la cacería. Cazador de coto social y humilde, incluso en las manchas menos propicias, las emociones siempre van por bandera en mi forma de tratarlas. Como dice un buen amigo, salir de caza ya es en sí tener suerte.
Aquel día cazaba fuera mi querido coto de Alcoba, pero volvíamos a un sitio muy especial, volvíamos al VALLE DE ABAJO en Urda. Desde el momento que recibí la invitación por parte de Ignacio para acudir junto a mi padre a la montería que realizarían aquel día, supuso un soplo de ilusión y de ganas nuevamente impropias para alguien con cierta experiencia, pero es que no íbamos a un sitio cualquiera, volvíamos a la finca donde antaño fuimos muy felices, en días donde junto con mi abuelo acudíamos a cazar y visitar a su hermano, León, que nos abría las puertas de su casa siempre con amabilidad y cariño.
El Valle de Abajo es una finca super cuidada, coqueta y donde durante todas estas décadas ha sido un punto de referencia de lo que una buena gestión y conservación del entorno pueden hacer desarrollar un acotado, y donde el equilibrio del todo ha dado unos frutos envidiables. Nunca tuve la oportunidad de estar allí como cazador, y poder visitar aquel lugar si ya era algo maravilloso, poderlo hacer para montear y poder además grabar me tenían los días previos loco.
La mañana de la cacería llegó y no necesité ni despertador. Apenas pegue ojo aquella noche solo de imaginarme lo que aquel día podía pasar. Llegamos a la finca, y los esbozos de los recuerdos perdidos en mi mente empezaban a aflorar como los aromas del pan recién hecho en las panaderías de los pueblos. Todo me era familiar y estuve un buen rato recordando rincones y anécdotas, pero sobre todo acordándome de “los abuelos” y sin obviar lo reconfortante que siempre es ver a la familia, sobre todo como fue el caso de primos que llevaba años sin ver. Ya sólo por eso el día ya era redondo.
No obstante, allí estábamos para cazar, y tras marcharse las armadas, llegaría nuestro turno. Estaríamos en uno de los puestos de la propiedad, donde la consigna era tirar solamente sobre hembras para hacer gestión, evitando situaciones donde pudiéramos herir algún macho y seleccionando a ser posible la edad, evitando que pudieran llevar crías del año.
Ya el puesto resultó ser de ensueño, con tiradero amplísimo, y con una zona más cerrada a la izquierda donde si habría que tener cuidado con un posible viso. Lo que no me hubiera imaginado nunca es que no había tenido tiempo ni de quitarme la mochila de la espalda y ya estarían pasando reses.
El primer lance me pilló aún con las cámaras a medio poner, y de hecho no lo tengo grabado, pese a que me hice bastante bien con una cierva adulta en un lance de cierto mérito a la carrera y a distancia. Buen estreno para el 308. Desde ese momento el día se volvió locura.
Las pelotas de reses no dejaban de cumplir al puesto, había ocasiones en las que se sentía el vibrar del suelo a su paso cuando estas lo hacían cerca, sintiéndome como Simba en el desfiladero de la película del Rey León ante la estampida de los ñus, cuando una pequeña piedra vibraba y saltaba. Alucinante. Con toda la prudencia del mundo determinamos en no tirar a ninguna pelota de animales, para evitar herir alguno que no fuera el objetivo, dejando pasar muchas opciones de tiro pero sabiendo que lo que hacíamos era lo correcto. Sólo tirábamos cuando la hembra a cazar entraba sola o en una fila lo suficientemente separada como para evitar posibles errores. En las 3-4 horas que estuvimos en el puesto no sabría decir los animales que pudimos ver, ¿cientos?, Estaba estupefacto con lo que me hacía sentir todo aquello.
La jornada finalizó para nosotros con 5 ciervas y un guarro abatido, más dos ciervas que pinchamos y que no pudimos cobrar. El resultado general fue bastante bueno y los cazadores estaban muy contentos, con algunos machos de muflón y venado bastante bonitos.
Mi padre y yo estábamos en una nube, acostumbrados a aquellas viejas chanzas monteras de “no ver ni los perros” como parte más habitual de nuestros días de caza, y dar por días maravillosos los días donde conseguimos tener un lance, encontrarnos con todo aquello me estaba pasando por encima. Era una locura máxima.
Cogía otra nuez en aquella noche, y cerrando los ojos, podía visualizar (a día de hoy aún lo hago) muchas de las carreras que aquel día viví. Sabiendo que había sido algo que no podría asegurar si tendría la oportunidad de volver a vivir. Tampoco sabía si habría un antes y un después en todo el asunto, pero era obligada una reflexión final para intentar cuanto menos serenarme.
La finca como ya se habrá intuido, es cerrada y aunque los animales tienen bastante defensa y alguno sepa por donde coger carencias que lo saquen de lo más peligroso, lo cierto que las saludables poblaciones que tienen en la finca hacían posible todo aquello. Yo siempre he defendido la caza en abierto, me parece más justa, y es que en la incertidumbre de la libertad reside el verdadero valor de la caza. Siempre me he educado bajo los valores de que la caza para ser caza ha de ser libre, incierta y escasa. Lo de aquel día rompía con todo esto, y mis sentimientos de euforia y de emociones a flor de piel, contradecían en buena parte con los principios que contaba.
Al final como todo en la vida, ni es blanco ni es negro, sino en escalas de grises. La caza en abierto es diferente a la caza en cerrado, pero a diferencia de lo que pensaba antes de aquel día, en el fragor de las carreras y de los lances, la emoción te asalta y el disfrute, aunque diferente en su naturaleza es semejante en sensaciones.
Descubrir y hacerse preguntas es el principio de cualquier conocimiento, y la experiencia el vehículo para acercarse a éste. Yo aquel día entendí que, aún teniendo siempre unas preferencias, todo tiene un valor dentro de su contexto, y que la libre elección de cazar de una manera o de otra no era ni mejor ni peor, simplemente diferente. Entender que un cazador quiera sentir en sus cacerías las diferentes oportunidades de tirar varias veces, o de ver animales corriendo por su puesto de forma garantizada es tan lícito como aquel que en la incertidumbre base su elección. El respeto como siempre debe ser la base de todo.
La caza aquel día me había sobrepasado, abrumado. Primeramente, por emociones y por ofrecerme cosas jamás vividas, pero después con reflexiones únicas que me hacían ser más tolerante, y más cercano a un tipo de caza que no había podido vivir en primera persona hasta aquel día.
Cogí aquella noche la última nuez, y acordándome de mi familia de Toledo, que tan feliz me había hecho aquel día con la invitación a su casa, les agradecí en silencio todo, a la par que mientras mis manos seguían temblando me iba al dormitorio para ver si era capaz de evadirme de tantos lances y carreras de reses que me pasaban constantemente por mi cabeza, o si en sueños seguía viéndome allí en el valle de abajo ABRUMADO por todo.
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