Pues el día
de Navidad tuve un gran regalo, la emisión del capítulo de cazando con Leica
que grabe en octubre en el castillo de Viñuelas junto a Luis de la Torriente.
Un ciclón de sensaciones me abarcaron durante la emisión y sólo me sabe dar las
gracias nuevamente a Luis, a Alex, a Pepe, a Iberalia, a los amigos de Ardesa y
a todos los que hicieron que esta aventura fuese posible. Este documental es un
recuerdo increíble que ya guardo como el mayor de los tesoros.
Hace unas semanas escribí las sensaciones que me dejo la parte del documental que grabamos en casa, y hasta que no se emitiese definitivamente en el canal el
programa no quería escribir sobre la grabación del día del rececho para no
desvelar nada, y crear una atmósfera de misterio.
Pero todo
llega en esta vida, y hoy me decido a compartir con todos vosotros las
vivencias de ese día, y algunas fotos que realicé, sin olvidar de anunciaros
que muy pronto realizaré un propio
montaje con lo que pude grabar yo mismo, y con la recreación en playmobil de
toda esta experiencia. Además aprovecho para presentar a concurso de los Premios Playmocaza a la excelencia cazadora de relatos de caza este relato, que aunque esta fuera de concurso si quiero que quede allí guardadito. Espero os guste.
Rececho en Viñuelas
Ese día el
despertador no hizo falta ni que sonara, apenas si pegue ojo, mi cuerpo y mi
mente fueron incapaces de llegar a un acuerdo para descansar y relajarse, y se
entregaron a imaginarse y elucubrar todo tipo de posibilidades y alternativas
posibles. No obstante y pese a ello ningún rastro de cansancio o agotamiento se
reflejaba en mí, la ilusión y la emoción de poder estar junto a Iberalia y de
realizar mi primer rececho llenaban cualquier carencia.
No recuerdo
la hora a la que habíamos quedado en la finca, sí que salí con tiempo
suficiente de antelación, pero cruzar Madrid de punta a punta es todo un hito y
ese día en especial era una trampa mortal, que me hizo llegar justo, que a la
postre resultó ser pronto porque dicho atasco golpeo a todo el equipo.
La primera
señal que me hizo saber que sería un gran día y entrar en faena una vez llegado
al Castillo de Viñuelas, fue abrir la puerta del coche y escuchar a un venado
berreando. ¡Increíble! y no sería el último… pues esta emblemática finca de
caza no dejaría de sorprenderme y de maravillarme durante el resto de aquella
mágica jornada.
En el tiempo
de espera hasta que Luis y Alex salían del atasco conocí a Vicente el guarda de
Viñuelas que nos ayudó a realizar el rececho, y que me dio mis primeros
consejos e informaciones sobre la caza del gamo y sobre la gestión que
realizaban allí.
Tras la
llegada de Luis y Alex, que por ser el último fue blanco de las bromas de
turno, nos pusimos en marcha para realizar el rececho, pero antes tuve el honor
de conocer a uno de las protagonistas más emblemáticos de Iberalia Tv, el Helix
de Manuel. Un rifle espectacular que me cautivó desde el primer momento que lo
tuve entre manos, su poco peso, su manejabilidad… pero una presentación así era
un poco fría y a fin de estar familiarizado con el mismo en el momento del
rececho solicite realizar un tiro al blanco, el cual lo produjimos a pocos
metros de estar ya metidos en la zona de caza del coto. Apuntar a través del
visor Leica acostumbrado a mi visor Lisenfeld de 1,5 x 6 42 fue como pasar de
conducir el carro de mulas del tio paco al mejor de los mercedes, el encare del
hélix intuitivo y cómodo, el gatillo rápido y agradable y la sensación de
disparo me satisfizo enormemente. Estaba listo para recechar el gamo.
Íbamos en el
coche en busca de la zona que Vicente tenía controlada, cuando al poco vimos la
primera cierva con su gabata alejándose del margen del camino donde las
encontramos y al poco un venado enorme con una hembra a la que seguramente
estaba cortejando, estábamos en ronca pero la berrea estaba también en sus
últimos coletazos y también se dejaba de notar. Y así estuvimos durante un
rato, donde enormes venados eran los protagonistas y es que los gamos según
contaba Vicente pese a ser numerosos en la finca y estar bien gestionados tienen
un cierto carácter huidizo, y de hecho a la hora del rececho me dijo que había
que ser rápidos y certeros pues no dan mucho tiempo a contemplaciones.
Por fin llegamos a la zona que Vicente le parecía querenciosa para ese momento del día. Nosotros como no conocíamos nos dejábamos, como no podía ser de otra manera, aconsejar por él. Bajamos del coche en silencio, y comenzamos el rececho con mucha calma. En el lugar, la presencia de sequía que este octubre se estaba dando en todos sitios era evidente y los pastos amarilleban por doquier, mas las encinas y fresnedas que predominaban en el paisaje de pequeñas lomas daban el toque verde. Era mi primer rececho y todo era muy nuevo para mí, todo se me grababa en la retina con una claridad que a día de hoy con sólo cerrar los ojos me teletransporto a ese momento y enclave.
Una mezcla
de nervios contenidos me embargaban, pero la decisión de ir tras los gamos y la
emoción del momento me conducían tras los pasos de Vicente y de Luis. Pasos
firmes y tranquilos, sosegados y convencidos. Cuerpo curvado con la intención
de pasar desapercibidos por los ojos alertantes que pudieran localizarnos. El
aire de cara. Primero a este árbol a mirar, y luego a este otro. Todo
meticuloso. Todo medido.
Tras la
primera loma vimos un primer grupo de gamos y vicente me pidió que lo siguiera,
o eso entendí, no había dado ni dos pasos cuando estos pusieron pezuñas en
polvorosa. Vicente me reprimió, “debes ser más rápido en tus movimientos a la
mínima se van…” pero Luis me arropó “tranquilo Dani, habrá más oportunidades,
vamos a aquella otra loma de allí creo haber visto que alguno se ha movido
hacia allí” Vicente dio por buena la idea y comenzó el descenso de la loma
actual, y tras él un servidor, Luis y Alex no perdiendo detalle con la cámara.
El Sigilo
era clave y con el fin de tener éxito, al ser un grupo numeroso, Vicente
decidió esperarnos un poco más apartado, quedándose Luis como guía. Empezamos
nuestro avance sosegado al amparo y resguardo del ligero relieve. Y de los
pocos árboles que salpicaban aquí y allá. Por mi cabeza no pasaban los nervios
de estar siendo grabado por las cámaras si acaso el miedo a fallar el tiro,
había presión no me digáis que no, pero las ganas e ilusión por estar viviendo
algo único me hacían seguir los pasos e instrucciones que se me daban y
olvidarme de nervios y presiones absurdas que me habían acosado hasta entonces.
Estaba donde más me gusta estar, es decir, de campo, y realizando mi pasión, ¿qué
más uno puede pedir?
A medio camino de la cima, si es que al alto
de una loma se le puede bautizar así,
nos echamos los Leica a la cara para otear el horizonte, y avanzamos con
decisión para ver si a la volcada estaba el grupo de machos. Nada más coronar
los vimos y decidimos avanzar 10 - 15 metros hasta un punto de apoyo desde
donde poder realizar el disparo. En el avance algún gamo ya salió por patas,
pero otros ni se percataron de nuestra presencia. El momento de mayor tensión
se acercaba y esos momentos que seguramente fueron segundos, a dios gracias doy
que los pudiera vivir como horas.
Llegué al
árbol y ligero como una pluma deslice mis brazos sobre el Helix, que con un
movimiento armonioso lo apoye con la mayor delicadeza que pude sobre la junta
de las ramas que me sirvieron de apoyo. Me indicaron mi objetivo, mas no hacía falta
yo ya lo tenía en mis pupilas localizado, su increíble porte me había
maravillado, el paso o dos que había dado seducido y la grandiosidad que trasmitía
su entrecortado en lo alto de la loma simplemente enmudecido.
No sé qué
tarde en ponerme el visor Leica a la mirada pero en esas el gamo dio otro par
de pasos y oculto su cabeza tras unas pequeñas encinas, dejándome el resto de
su cuerpo a tiro. No sabía en ese momento el valor de las palas, poco me
importaba los trofeos se miden por sensaciones y ya este me inundaba de ellas.
Ajusté el aumento a 5 y puse el punto rojo sobre el codillo del animal y quede
a la espera de que Alex, el cámara me diera el ok, y es que él también tenía
que coger el animal con el objetivo de su cámara.
La situación
era complicada y más se puso cuando empezó a mascullar “no le veo, no le veo, ¿Dónde
está?” y la verdad es que por cerca que estuviéramos los unos de los otros la
presencia de las encinas de la loma de enfrente hacían que dependiendo de la
situación donde estuviéramos el gamo se viera o no. Mis instrucciones eran
claras, no tirar hasta que Alex me diera luz verde. Luis entre tanto estaba “se
va, el gamo se va”. Y yo en espera, con el gamo plantado en el visor. Cuando
por fin oigo a Alex decir, “creo que ya…” el gamo dio un pequeño trote y se
volvió a ocultar. “Le tengo le tengo” me susurraba Alex, pero yo me vi obligado
a decir “ahora soy yo el que no le veo”, Luis a lo suyo “se nos va…” apenas
dijo eso, el gamo dio otros dos pasos.
Allí lo
tenía al fondo del Leica. Se había descubierto para mí de mitad de cuerpo en
adelante. Mirándome con sus enormes palas y con sus orejas en situación de
alerta. Era ahora o nunca, “le veo” susurré mientras mi ojo estaba fijo en el
codillo del animal, si se me iba a la derecha reventaba el tronco del árbol, no
tenía mucho más hueco. Alex por su parte “no le veo no le veo” Luis “se nos va…”.
Estos segundos que dudo que fueran mucho más de 10 o 15 se me hicieron eternos,
y ahora que el animal estaba dando la segunda oportunidad todavía más. Cuando
por fin escuche el sonido que me dejo liberar toda mi tensión acumulada “le
tengo”. PUMMMMMMMMM!!!!
No di ni
opción de duda a nadie, ni a Alex, ni a Luis, ni al gamo ni a mí mismo. La bala
Hornady voló, y alcanzó al gamo que se desplomó sin ningún tipo de vacilación.
Oí los primeros vítores de Luis, mientras de mi boca salía despedida la
respiración contenida. Que tiro acababa de pegar, como esos que había visto
tantas veces en la tele, ahora era yo el que lo había conseguido. Era mi primer
rececho era mi primer gamo, y el lance había sido precioso.
Puse el
seguro, me puse erguido coloque el rifle en posición de seguridad y busque a
Luis que ya me buscaba a mí para felicitarme. La emoción se desbordó en la
celebración conjunta, y luego en la posterior con Vicente, mientras Alex ya
estaba trabajando para asegurarse de que había conseguido el lance. Lo tenía.
Marchamos en
seguida a por el gamo, que allí en la otra loma quedó. Llegamos y el animal
allí yacía, el tiro se había ido unos 3 o 4 cm del codillo en posición oblicua
superior por la derecha, más o menos lo mismo que se me fue el tiro de prueba
de inicio de la mañana. Había sido letal, y el sufrimiento del animal fue el
mínimo algo para mi muy importante. Me alegré, y me puse de rodillas junto al
animal cuya vida me había sido entregado. Le ofrecí mis respetos y le di las
gracias al campo por darme tan bonito lance y por darme la oportunidad de vivir
esto. Describir las sensaciones del momento no se hacerlo con palabras, pues un
torbellino de ellas me sacudían y Luis siempre a mi lado, siempre de centinela,
de maestro, me volvía a felicitar.
No podía dejar de mirar el animal, el color tostado de su piel, las motas blancas que salpicaban su cuerpo, sus palas que se abrían sobre su cabeza fuertes, amplísima, enormes. Luis comentaba el desgaste que tenían las puntas, y eso no hacía más que subir el valor que yo les daban pues mostraba su fiereza y fuerza en la presente ronca. Le faltaba una luchadera, poco me importaba me parecía precioso. En los puntos dio bronce, para mi esto no era importante. El recuerdo y lance eran de oro.
Había
completado mi periplo en cazando con Leica con éxito, había tenido el placer de
utilizar unas herramientas cinegéticas increíbles que ojala algún día pueda
volver a utilizar. Pude estar delante de las cámaras de Alex y de Iberalia que
para siempre dejarían inmortalizado el momento. Había tenido un rececho
inolvidable por estar en un lugar tan increíble como el castillo de Viñuelas,
donde había podido ver unas reses que ni en mis mejores sueños me hubiera
imaginado. Tenía mi gamo cuyo lance pasaba a ser un hito que en muchos de mis
sueños me acompaña. El trofeo que cada vez que lo veo no me puedo resistir
a tocar para evocar sensaciones y
recuerdos inolvidables. Luis de la Torriente que desde que me sorprendió con su
llamada para anunciarme que era el ganador no ha dejado de tratarme con cariño y
ofrecerme día tras día su cercanía y amistad.
Todo esto me
ha dejado con el sabor de haber vivido algo único y con la valoración quizás
prematura de ser ésta mi mejor experiencia cinegética. Ahora el reto es superarla,
y quien sabe, ya se sabe que en el mundo de la caza todo es posible.
Autor:
Daniel Gómez García
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